In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

martes, 29 de julio de 2025

El premio


por Yamandú Cuevas

La distancia que tiene que haber entre el asiento de la bici y los pedales debe ser la de la pierna del ciclista completamente estirada, pero en mi caso eso no se podía cumplir, no por las características de la bicicleta sino por el excesivo largo de mis piernas, así que la pedaleada era por lo menos, forzada.

Cuando mis amigos me invitaron a ir hasta el puerto a ver los yates me pareció mucho mejor idea que la de subir aquella montaña, el día estaba soleado y yo no tenía otra cosa mejor que hacer.

La brisa era leve y traía un aroma dulce, probablemente de los campos floridos que vi cuando llegué. El grupo de ciclistas era variopinto pero por el ritmo de la pedaleada se notaba que salían a menudo. Mientras avanzábamos me iban haciendo de guías turísticos señalándome con el brazo extendido una u otra rareza del paisaje, una u otra particularidad arquitectónica, pero siempre sin parar, a buen ritmo de bicicleta.

Cuando habíamos hecho un par de kilómetros me di cuenta que aquellos zapatos para subir montañas no eran los más indicados para la ocasión y que la camisa leñadora me empezaba a dar algo de picazón en el cuello. No es que hubiera muchas subidas, pero el solcito picaba un poco y con el pedaleo, las pulsaciones y la temperatura corporal se hacían sentir.

Yo avanzaba intentando no ser el último todo el tiempo y disimulando el esfuerzo con mi mejor cara de perro alegre, pero el cigarro y la falta de ejercicio no me dejaban mucha opción. Después del cuarto o quinto kilómetro me relajé, acepté que mi lugar en el grupo era la retaguardia y sólo traté de no quedar demasiado rezagado.

-¿Estás cansado Pablo? Mirá que cuando quieras paramos, ¿eh?. Avisanos.

-No, no, voy fenómeno, mentí.

Después de todo no estaba tan mal ir último. Esa posición me permitía observar la cadencia de movimientos de la cadera de Laurita, la hermana menor de Agustín, el amigo que me hospedaba. En los repechitos, cuando ella tenía que elevarse levemente del asiento para afirmarse en los pedales me felicitaba por la idea de haber aceptado la invitación, aunque a decir verdad, cada vez la veía desde más lejos porque mi cansancio fue creciendo de forma indisimulable.

Por más que en un mínimo alto había logrado atarme la camisa leñadora a la cintura, las medias de lana gruesa que me había puesto por si subíamos a la montaña me estaban empapando los pies y mi nuca era una sopa espesa que descendía por mi espalda con rumbo al asiento de la bici, que parecía de plomo.

-Ánimo Pablo que sólo nos faltan tres kilómetros! me gritó Agustín desde la punta de aquel pelotón tontamente alegre y distendido.

¿Cómo tres? Pensé. ¿Habré escuchado bien? Yo ya estaba para tirar la toalla cuando rebajando la velocidad y dándose cuenta de mi falta de estado Laurita se me emparejó.

-Venís bien Pablo?

Iba a responderle una mentira, pero las huellas que la transpiración le dejaba en la remera resaltándole los pechos, hicieron que mi concentración desapareciera y la bici se me fuera contra la cuneta. Me hice mierda, me di la cabeza contra una piedra.

De todo eso me enteré en la casa de Agustín, cuando abrí los ojos.

La bolsa en la cabeza: helada, la vergüenza en mis mejillas: caliente, y la mano de Laurita acariciando piadosamente la mía: el premio.


Comentarios


Excelente . 
Gabriela , Playa verde .

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