Buscando entretenimientos en esta época de confinamiento, di
con una actividad que me ha deparado muchas sorpresas y satisfacciones: la cría
de gallinas en interiores.
A pesar de que en el monoambiente que habito, obviamente no hay mucho espacio, me he ido dando maña para acomodar un interesante plantel de 24 mascotas ponedoras que llenan con su presencia estos momentos de quedarnos adentro de modo forzoso.
No voy a negar que dan trabajo, pero lo compensa la compañía y lo que no deja de ser un íntimo contacto con la naturaleza y la observación de un sinnúmero de situaciones divertidas.
Son criaturas muy cariñosas, inteligentes, aunque también hay que decir que tienen su carácter y sus exigencias particulares.
De modo natural se han ido distribuyendo en dos bandos, que distingo por los lugares en los que se han instalado como las de “la derecha” y las de “la izquierda”, en referencia a la cama, mirando hacia la ventana. No pasa ningún día sin que haya algún chisporroteo que implica alboroto, picotazos y revuelo de más plumas de los normales, pero, así como se inicia súbitamente la refriega, ésta cesa y todo vuelve a la normalidad.
Realmente es un entretenimiento que recomiendo y ahora recuerdo con simpatía la aprehensión y los reparos que tuve cuando comencé. Son una compañía constante y prácticamente ya están integradas en casi todas mis actividades cotidianas; me resulta muy difícil ahora imaginarme estar sin ellas, todas y cada una.
Además de los beneficios psicológicos y ambientales que produce su presencia, no es menor su contribución secundaria: ¡huevos frescos!
A pesar de que en el monoambiente que habito, obviamente no hay mucho espacio, me he ido dando maña para acomodar un interesante plantel de 24 mascotas ponedoras que llenan con su presencia estos momentos de quedarnos adentro de modo forzoso.
No voy a negar que dan trabajo, pero lo compensa la compañía y lo que no deja de ser un íntimo contacto con la naturaleza y la observación de un sinnúmero de situaciones divertidas.
Son criaturas muy cariñosas, inteligentes, aunque también hay que decir que tienen su carácter y sus exigencias particulares.
De modo natural se han ido distribuyendo en dos bandos, que distingo por los lugares en los que se han instalado como las de “la derecha” y las de “la izquierda”, en referencia a la cama, mirando hacia la ventana. No pasa ningún día sin que haya algún chisporroteo que implica alboroto, picotazos y revuelo de más plumas de los normales, pero, así como se inicia súbitamente la refriega, ésta cesa y todo vuelve a la normalidad.
Realmente es un entretenimiento que recomiendo y ahora recuerdo con simpatía la aprehensión y los reparos que tuve cuando comencé. Son una compañía constante y prácticamente ya están integradas en casi todas mis actividades cotidianas; me resulta muy difícil ahora imaginarme estar sin ellas, todas y cada una.
Además de los beneficios psicológicos y ambientales que produce su presencia, no es menor su contribución secundaria: ¡huevos frescos!
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