In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

miércoles, 27 de abril de 2022

Nací en Morondanga

por Trancazo

Haber nacido en Morondanga no es prestigiante. Cada vez que declaramos que somos de Morondanga tenemos desde una mirada pícara hasta una abierta carcajada.

Tenía un humor muy particular don Indalecio Ferrán de Cuervas cuando se le ocurrió nombrar como Nuestra Señora de la Morondanga al poblado que estaban fundando en aquel entonces, en la orilla norte del río que hoy se llama Ferrán en su homenaje y que nace en los Andes, desagua en el Atlántico y atraviesa la Patagonia más o menos por la mitad. Lenta pero constantemente el poblado se fue desarrollando por la actividad agropecuaria y comercial hasta llegar a ser la ciudad de relativa importancia regional que es hoy.

Mi bisabuelo integró la expedición de don Indalecio y por ello pertenece al selecto grupo de aquellos intrépidos exploradores que hoy homenajeamos cada 19 de abril —fecha de la fundación de Morondanga— con el solemne nombre de «los Padres Fundadores».

La historia oficial que aprendemos en la escuela nos cuenta que eran casi semidioses, aguerridos caballeros, dotados al mismo tiempo de importantes cantidades de valor, así como de las más elevadas cualidades morales; dignos ejemplos para sus descendientes e inmortalizados en los bronces que adornan edificios públicos y las plazas de la ciudad. La no oficial —que se cuenta en los bares y en los clubes sociales— dice que don Indalecio y sus secuaces eran una banda de forajidos sin escrúpulos, bandoleros errantes que decidieron asentarse en Morondanga como una forma de conseguir cierta respetabilidad como hombres de trabajo y provecho y burlar las persecuciones que podían ocurrirles por sus crímenes en la región.

A 60 kilómetros de Morondanga, en Valle Sucio, se encuentra Pichincha, nuestra ciudad rival. En todas y en cada una de las actividades imaginables, nos enfrentamos con los «pichincheros o sucios», desde siempre. Dicen que desde que los ingleses trajeron los ferrocarriles a la Patagonia y con ellos el fútbol, el encuentro clásico Morondanga-Pichincha es de los menos importante, el más importante evento de la región. En la mayoría de los años se disputan dos partidos, uno en cada ciudad, a veces se juega un tercer partido para definir quién gana ese año y se juega en la capital de la provincia que es tomada por asalto por las dos parcialidades.

Los partidos siempre fueron de gran intensidad como reflejo de la severa rivalidad de las ciudades. Las crónicas de los primeros tiempos hablan de verdaderas batallas campales con muchos muertos y heridos, tanto dentro como fuera del campo de juego. Tanto es así, que durante mucho tiempo fue más relevante el conteo de los muertos que el de los goles para dilucidar los «triunfos». Había una comisión de respetables ciudadanos de las dos ciudades que llevaba el registro de los fallecidos en el encuentro y también se contabilizaban como válidas las muertes de los heridos que sucedían hasta una semana luego del partido. Se narran increíbles historias simétricas en las dos ciudades de los esfuerzos que se realizaban para sostener la vida —e incluso fingirla— de los moribundos por lo menos durante esa semana siguiente que se llamaba «la de los rezagados». Pasada la cual, ya los dejaban morir en paz pues ya habían contribuido con la gloria deportiva de la ciudad.

La actividad industrial de Morondanga sufrió un devastador ataque por la competencia que realizaron desde Pichincha, difundiendo por todos los medios infundios sobre la baja calidad de nuestros productos. Desde ese entonces, no hemos podido desprendernos de ese estigma que trasciende nuestra región y que ha impuesto que indefectiblemente «cosas de Morondanga» sean consideradas productos de baja calidad.

En la misma línea de lo que nos hicieron los de Pichincha, se intentó un contragolpe mediático y de mercadeo, pero el resultado fue contraproducente ya que quedó en el español coloquial de Sudamérica que una «pichincha» es una mercadería de buena calidad que se vende a un precio muy bajo, una ganga.

Los industriales y comerciantes tanto de Pichincha como de Morondanga, como los de otros sitios, resultan más fieles a don dinero que a sus ciudades; se arreglaron entre ellos para vender en Pichincha «cosas de morondanga» con el atractivo de ser «pichinchas».

Tanto yo como mis hermanos, amigos y vecinos somos orgullosos morondanguenses y en las tabernas lo celebramos brindando y cantando una canción futbolera que menciona a los «hijos de Pichincha» señalando que sus madres hacen honor al nombre de su ciudad, cobrando precios muy bajos.

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Comentarios


Ahhh muchachos !!!! Tienen que hacer un libro galanguense con todo este material maravilloso !!! Excelente
Silvia Ferrín

Muy buena como siempre. Luego se fundó un país entero tomando el sufijo de la ciudad: el Urupundanga!
Tano

2 comentarios:

  1. Ahhh muchachos !!!! Tienen que hacer un libro galanguense con todo este material maravilloso !!! Excelente

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  2. Muy buena como siempre. Luego se fundó un país entero tomando el sufijo de la ciudad: el Urupundanga!

    Tano

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