In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

viernes, 11 de agosto de 2023

Nacer primero


por el Flaco

Giá!, dijo secándose las manos en el delantal luego de haberse quitado los guantes. Mira bambina, mala la luna que fuiste a elegir para parir, capiche? Está en uno cuarto menguante y la verdad no tiene mucha forza de labor. Io credo que antes del martes quattordici questo bambino no va a nacer … Así que camina, camina molto, sabe? Cuando tengas forzas de parire me avisas y aquí estaré de nuevo. Come la piña en ayunas y te tomas un grande té de jengibre esta noche. Andiamo! exclamó mientras cruzaba el zaguán dejando tras de sí un halo de Polyana de violetas mientras su marido y chófer a destajo ponía a andar el Ford A convertible de dos puertas que atronaba las noches de aquel pueblo cuando la inminencia de la llegada de un nuevo niño lo requería. Emilia Grasso era así de dispuesta; siempre ejecutiva. Había llegado a Santa Isabel como tantos europeos corridos por la guerra desde su Lucca natal y sin haber terminado su carrera de partera. En su casa de tejas a la Toscana, con quinta al fondo y parrón suculento a los costados, cultivaba las artes de la faena de pollos, las aceitunas prensadas y las frutas de estación envasadas al vacío en inmensos bollones de vidrio que encargaba por catálogo. En verano, era tiempo de vino solero con uvas maceradas en damajuanas apostadas en el techo y licores de hojas de parra fermentadas en alcohol rectificado. Sus manos de dedos gruesos con uñas manchadas por el tabaco negro, acostumbraban a la soba de la masa tempranera para el pan casero listo a ser llevado al horno de barro. O a asistir a todas aquellas parturientas que se preparaban para ser madres prontamente. Eso también era parte de su cosecha.

Inés I. se incorporó en la cama asimilando los consejos de la madama, dispuesta a atravesar el recorrido de próximos días sobrellevando un pesado vientre cargado de incertidumbres y falsas alarmas. - Como dolor de barriga con diarrea -, le habían contado que habría de sentir cuando el momento se diera. Pero era todo en teoría, y por lecturas no siempre autorizadas de sus amigas y sus hermanas todas ex pupilas del María Auxiliadora, como ella. Y hasta ese momento todas solteras; menos ella. 1962 había sido un año muy vertiginoso,  y de pronto se veía así, con una gestación de término, con veintidos años y a punto de inaugurarse como madre.
-Tú, que has concebido sin pecar -, supo rezar durante años, y ahora tan concebida y redimiendo su penitencia en matrimonio, sólo aspiraba a poder cumplir con el designio bíblico de parir, y no defraudar en el intento.

Tamara Natanovna Press volvió a sentarse en el suelo, exhausta por el esfuerzo. Eran varios meses de preparación, y todos los días parecían ser el último. Tokyo estaba muy cerca, y el preolímpico le podría permitir llegar; era su primer objetivo. Pero no era el único. Para un atleta de alta competencia su adversario más enconado son sus propias marcas, y ella estaba dispuesta a superarlas cada vez. La temperatura ese día en el estadio olímpico de Moscú apenas superaba los 20°C, el viento cruzaba de sur a norte; era un domingo ideal para batir sus marcas en Roma. Estaba decidida a lograr medidas que por mucho tiempo no fueran mejoradas. 51,90!, le había gritado Irina su hermana desde el pasto agitando las dos manos, mientras todavía le duraba la borrachera del tercer giro. La jaula de tiro era su casa y el envión del sidearm su preferido, para salir despedida en esa piedra que volaba con su anhelo y toda su energía reventada en un grito de guerra con voluntad de triunfo. También había probado la salida de revés, pero no siempre le resultaba la más cómoda, ni la más ventajosa. Las checas, las alemanas tenían esa escuela, y por lo común siempre la superaban en la llegada. Un, dos, tres, fuera!, voceaba con las manos en bocina Iván - su entrenador desde la escuela - , mientras Tamara giraba como exorcizada en una pierna, pisando en media vuelta sobre el zapato, y mirando cómo su disco cruzaba el aire buscando el centímetro de la gloria. Era cosa de probar una y otra vez, de mejorar el impulso, de concentrarse en ese envío dejando la vida entre las manos y el vuelo de pájaro intrépido de aquel disco.

 

- Comunico llamada a estación Churchill! Hable!
- ¡Hola! Hola! Buen día don Juan !..¿Cómo están todos?....No, no todavía nada. Sin novedades hasta ahora,  pero en cualquier momento, eh? Hoy ha estado más incómoda y dice que siente que le duele más, abajo. Veamos qué pasa. Hace unos días la vio la matrona y le indicó que caminara …¿Cómo? Que si….? Claaaro, nos hemos recorrido el pueblo desde La Correntada al puente, ida y vuelta; calcule! Bueno, sí por supuesto, pierda cuidado. Pasa que acá tenemos una sola cabina, y esta llamada yo la pedí ayer a la mañana. Por ahí cuando volvamos a hablar , quién le dice ya no haya nacido, no? Pah!, lo escucho un poco lejos, ¿cómo dice?
- ¿El nombre? Ah! ¿qué nombre? ¿Si es varón? Y….Leonardo, pensaba yo, como mi padre, si! ¿Qué cómo? ¿Más varonil?¿ No le gusta el suyo tampoco? Bueno, veremos. Y si es niña, Adela podría ser uno, tal vez. Le corto porque aquí la señorita me hace señas, ¿sabe? ¡Nos quedamos sin tiempo !

Ese sábado a la tarde Inés I. volvió a aplanar las calles de Santa Isabel con su marido, ya no tan rápido ni con tanta energía como otros días. Su vientre era una pirámide oscilante que bajaba y subía con cada jadeo de respiración entrecortada. Las vecinas de la cuadra entornaban los ojos en comprensiva señal solidaria, compadeciendo a la inminente parturienta y encargando al señor la buena salud del niño por alumbrar. ¿Es macho, hembra? preguntaron más de una vez los transeúntes, los curiosos que apuraban el paso al verla, llegando justo a tiempo para el rosario de las seis. Esa noche casi que no pudo dormir, y el recorrido al baño tan frecuente, alimentaba su insomnio prolongado.

- Si no hay sangre como regla o líquido abundante como lacua, mejor quédate en la tua casa -, resonaban las palabras de doña Emilia. Moltas, moltas contracione e tú te vienes, va bene?. Esa frase como un mantra la seguía hasta su cama, hasta que el poco sueño le permitía apagar por un instante la dilatada vigilia.

 

Esa noche, Tatiana Press no podía conciliar el sueño. El domingo de finales contaminaba su mente, su cama, sus suspiros. Repasaba una y otra vez el paso, la aceleración, el giro, la salida, hasta el estallido de su garganta cuando el juez de campo levanta la banderita dando por buena la tirada. Si no dormía seguro no habría marca, ni olimpíadas, ni viajes, ni premios del comité. En más de una oportunidad estuvo casi a punto de llegar hasta su bolso. Pero el dopping era excluyente, y de por vida. No, no haría eso. Sería reprochable; imperdonable.

 

El domingo 19, Santa Isabel soportaba un aguacero de otoño como hacía mucho no se daba. El frío congelaba la quietud del pueblo a orillas del río Negro y la lluvia presagiaba más inundaciones y cortes de ruta. Hasta el tren podría quedar sin llegar si el puente no diera paso.

En Moscú todo era emoción y colorido. El Olímpico lleno de bote a bote, apostando a los créditos nacionales que buscaban los récords de la historia.

Doña Emilia dejó las zanahorias en remojo, y peló una a una las cebollas perfumadas y crocantes. El escabeche era más dulce si se hacía en tormenta, en la Toscana, o donde fuera, y ese era el momento; sin lugar a dudas.

Inés I. hizo una mueca, y un ruido sordo le avisó que algo ocurría. Era agua, y no de lluvia. Sus piernas mojadas le pesaban. Ya no era una falsa alarma; más bien un presagio.

 

Tatiana fue a la jaula a paso firme. Sus manos empapadas de sudor, a pesar del talco. Miró por encima de los ojos, suplicándole al viento hacerse cargo de su disco. Abrochó el cinto de cuero y doble hebilla, y tomó una vez más su proyectil de medidas tan familiares: un quilo de gloria, dieciocho centímetros apenas para morder el oro.

La madama abrió los ojos exclamando  - Alora sí! , viene de cabeza este bambino;  y bien dura que la tiene. Hay que pujare mamá, eh? Voy a ponerte una inyeccione de fuerza, y en un rato siamo qui!

 

Su tercer intento sería el último. 52,18 había marcado la británica, y esa distancia era para ella una marca superada. Tatiana dio ese paso, luego dos, tres y ya girando enloquecida lanzó con rabia su instrumento perdido entre las nubes y el sol encandilante, arrojándose de bruces contra la lona. Una eternidad esos segundos, mientras el juez de campo levanta el banderín y el mariscal desata la cinta interminable que se estira, y se estira, empujada por Iván, por Irina, por un estadio entero que ruge enardecido cuando el míster de cabina escribe con números grandes en la pizarra enorme : 52,29 mts……. Su llanto estalla haciéndola temblar, y sus rodillas se doblan bajo el peso de la emoción olímpica.

 

Inés I. profiere un grito vociferante y Emilia tracciona con sus manos la cabeza, luego un hombro, el otro, a seguir el resto del cuerpo, y un bebé recién nacido se sube al podio familiar como el primer nieto varón, inundando con su llanto aquel cuarto lleno de vapores de eucaliptus y sábanas alguna vez almidonadas, tan arrugadas.

- 3 quilos 600 y es un macho! -, gritó el chofer ahora enfermero, ahogando el ruido de la lluvia y el granizo desatados.

 

Tatiana Press sube a lo más alto e irá a Tokyo. La corona de laurel y su sonrisa consagrada ese 19 de mayo de 1963 a las 9:16 GTM de Moscú, como consta en el registro mundial de marcas.

Un bebé recién nacido ese domingo de mayo a las 20: 15 en la localidad de Santa Isabel, tal como reza la partida en el registro civil de la ciudad, daba inicio a una carrera por la vida.

Sin récords y sin medallas. Sin himnos y sin izado de banderas. Sólo con el mérito de nacer primero.



No hay comentarios:

Publicar un comentario