por Yamandú Cuevas
Ayer mismo me
contaba que venía desde el centro, que había pasado por la tienda a ver unos
pantalones de abrigo que le gustaban pero que no había talle, o color, y algo que
le dijo Marucha (o Marcia) no sé bien. Y que la había llamado Raquel por no sé
qué y para preguntarle qué vacunas tenía que darle al perro.
Yo hacía que
la escuchaba pero apenas si captaba algunos retazos del monólogo. La mesa
estaba servida y los platos humeantes. Me concentré en hacer círculos sobre el cuadriculado
del mantel. La leve presión de la punta del cuchillo dejaba una marca que
durante algunos segundos era visible pero que se esfumaba cuando empezaba a
hacer otro adentro, de modo que para hacer tres al hilo debía apurarme. El tema
era que si me apuraba ella se iba a dar cuenta que estaba ido. Me diría que ahí
estás de nuevo ignorándome olímpicamente y todo lo demás que seguiría
inexorablemente. Así que dejé de dibujar y me quedé sosteniendo el cuchillo
apenas dejándolo caer verticalmente por su peso hasta que marcara un puntito en
el mantel. Entonces el juego fue ver cómo volvía a caer en el mismo sitio redibujando
la huella antes que desapareciera del todo. Así una, dos, diez veces mientras ella
seguía hablando.
Unos segundos
antes de “¿Vos me estás escuchando Joaquín?” sentí cierto agrado en el tacto
del mango del cuchillo. No era necesariamente pesado pero se dejaba empuñar.
Había algo en el torneado que lo hacía calzar perfectamente cuando cerraba el
puño. Además de esa forma el punto quedaba más nítido, más definido. Tenía la sensación
de que si presionaba un poquitito más, la superficie tensa iba a ceder. Presioné
en el centro, contra un rosa pálido que cedió por fin y al retirar el cuchillo
apareció un puntito líquido, viscoso y brillante que me empujó a presionar de
nuevo con la punta del cuchillo, pero esta vez queriendo abrir el punto.
Debí presionar más fuerte de lo esperado porque la tensión cedió de golpe y la superficie se liberó por completo permitiendo que el líquido brotara libremente formando un círculo perfecto. Era imposible apartar la vista, dejar de mirar el crecimiento de la mancha que ahora se expandía desordenadamente avanzando hacia mi plato y desbordándose también por el otro lado de la mesa. Me pareció sentir un sonido agudo desde alguna parte pero no quería escucharlo, sólo quería ver el torrente que fluía cayendo por el mantel de hule en una hermosa cascada, con sus primeras gotas en el piso encimándose unas a otras hasta verlas formar el inmenso charco de sangre en el que me miraba Silvia.
Silvia. Collage analógico. Proyecto La Agenda, página 97 (detalle). Pos-producido en Photoshop C25. |
Comentarios
Yamandú Cuevas
Muy bueno, aunque previsible. Hay veces que dan ganas de agarrársela hasta con el mantel. Configuraría un mantelicidio?. Flaco
ResponderEliminarConfiguraría, sí, cómo no?!
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