In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

domingo, 5 de marzo de 2023

Clínica Esparta


por el Flaco

En realidad, ya no tenía muchos pretextos que esgrimir para seguir yendo. Pero cada semana inventaba uno nuevo, que era mejor y distinto al de la anterior. Había recorrido prácticamente toda la plantilla de profesionales en consulta. Y todos me decían que estaba muy bien; que volviera en un año. La psicóloga me ofreció vernos on line para que no siguiera llegando tarde y le atrasara el resto de la jornada. Sin embargo, era todo lo contrario. Aunque tomaba sistemáticamente la última hora disponible, llegaba muy temprano. Mucho antes de mi turno. Incluso llegué a ofrecerle mi lugar a otros pacientes, argumentando que no tenía apuro ni ningún compromiso posterior que me urgiera. Los conserjes del edificio seguro que ya me consideraban un integrante más de la clínica, puesto que me veían a menudo. Al trepar los escalones - y el buen día, o buenas tardes, según el caso - , les  impedía de modo educado que corrieran a abrirme la puerta del ascensor. Conocía de sobra el camino al quinto piso. Allí me quedaba, largos ratos, para ir acortando las distancias. Aunque más no fuera mentalmente.

Una de las veces que su mirada y la mía se cruzaron, alcanzó para que su tono imperativo me hiciera entender que debía comportarme como cualquier otro paciente. Seguro que ya tenía mi historial más que aprendido, de tan recurrente que era mi presencia allí, en ese sitio. Apostaba que hasta podría deletrear de memoria los dígitos de mi documento de identidad. Y por qué no reconocer mi huella del dedo índice repetido y conocido para ese lector azul y parpadeante. Hubiera sido un impensado halago para mi interés tan escondido.

Tomaba posición en mi sitio favorito, allí en el rincón a algunos metros de su teatro de pantallas, teléfonos, transferencias y vueltos de efectivo. Con el tiempo había decidido que era el punto de mejor campo visual, desde donde podía contemplar todos sus movimientos, sin que lo advirtiera. Y no me sintiera obligado a dar explicación alguna, o inventar una excusa que delatara mi vocación de voyeur fascinado en mi trinchera. Sentía que alarmas de inocencia y máxima torpeza estaban a punto de dejar en evidencia mi sórdida conducta de admirador anónimo.

De los momentos más emotivos de mi safari de curiosidad creciente, el favorito era verla salir de su posición y perderse de mi área de registro, para volver al instante con papeles en la mano o cargando carpetas, llamar en voz alta a una persona, en otros casos levantar el teléfono para una charla siempre breve y expedita.

Esa cadencia que había empezado a dibujar en mi cabeza entre sus lentes de marco grande, su pelo recogido en una trenza insinuante y su forma de andar, me distraía al punto de perder la noción de tiempo y de lugar en el espacio. Me transportaba de la forma más secreta, detrás del misterio de la atracción de esa grácil figura deliciosa que mi imaginación iba construyendo cada día.

Tiempo después también puse reparo en su forma de hablar, el tono medio y dulzón de sus palabras, dibujadas para mi antojo como un puente invisible entre ambos.

Había una corriente eléctrica disparada que mi vergüenza pugnaba por no demostrar, cuando en ese momento me ponía de pie mientras me dirigía a la sala correspondiente y yo seguía  mecánicamente cada uno de sus movimientos buscando la señal, el escalón para poder entrar a ese dominio suyo. Tan hermético, al tiempo que tan femenino.

Pero mi paciencia de francotirador ensimismado tuvo al fin su premio, cuando una tarde y ya cerrando el piso siendo yo el último usuario del día, me tendiera su mano blanca y tibia, insegura, pero en señal de cordial despedida. Fantaseaba con que podría leer su mente y descifrar el pensamiento que le golpeara en ese momento. Jugaba todos mis créditos a no adivinar nunca la certeza de “no vuelva más por aquí”, y por todo lo contario aspiraba a descubrir  aunque más no fuera un  “es usted un tipo interesante, aunque aburre verlo todos los días por estos lados…”.

Fue allí que mi radar de sensaciones siempre activo, tuvo a bien registrar un dato que hasta ahora desconocía. El tatuaje en el dorso de la diestra llenó mi pensamiento durante todo el camino de regreso. Ese arabesco mínimo y colorido flotando delante de mis ojos me llevó por caminos imaginarios pero casi ciertos de querer descubrir otras señales.

Como un autómata supe cumplir con todos los rituales vespertinos, antes de proseguir en la ardiente evocación de mi adorada, hasta que finalmente el sueño me venciera quién sabe ya a qué horas.

Una violenta revelación sacudió mi cama en la madrugada, mientras me sentaba al borde tratando de dibujar la frontera entre lo real y lo imposible, tratando de apaciguar mi mente que ardía en películas de imágenes en movimiento. La pesadilla homérica tan palpable me erigía en samurai enfrentado a un ejército de tatuajes encarnizados, que danzaban por mi cuarto colgados del techo, las cortinas, las fotos y enmarcaban los vidrios por donde apareciera la imagen de su cara difuminada, sus labios plegados y sinuosos, su pelo azabache suelto sobre un pecho de mascarón latiente.

Con su mano izquierda en alto detuvo el ataque furibundo de las figuras, que cayeron encantadas a sus pies flacos y alegres. Uno a uno fue recogiendo los trofeos de su hechizo, y pegando sobre su piel de vapor desnudo sobre su hombro derecho, en las costillas, y un último a nivel de su cadera, para que mi mirada se impactara allí, y allí quisiera quedarse para siempre, sin tener que agendarme para una atención innecesaria.


Comentarios


Muy poético ; gracias flaco.

Mercedes


Flaco : estas fumando de la buena ehhhh

Anónimo

2 comentarios: