In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

sábado, 11 de marzo de 2023

La noche en el espejo


por Odoacro

Hay cosas que de día no se ven, otras que solo se ven de noche, puedo afirmar que no son las mismas. Tal vez en esa época buscábamos confirmarlo.
 
- La noche, tiene una boca enorme, un telón que solo se abre alguna vez, y de forma caprichosa; un portal - , dijo Carlos.
No supimos contestarle, aun estábamos sobrios.

Los primeros vinos los encontramos en Cuareim y Carlos Gardel, un boliche que lucía falso; en la cuna del candombe se mostraban dibujos coloridos para turistas. Fuimos por ellos, pero alguien nos había engañado, preferíamos las paredes peladas, descascaradas, y el vino.
Tomamos un par de vasos y en un Fitito del 59 bastante destruido salimos a buscar.
Cuareim a contramano y a media cuadra vemos de frente un Camello, de esos que se veían de día y de noche, el miedo viajaba en dirección contraria. Nos gritaron “cuidado con el indio”, nos dejaron seguir, años después comprendimos la humorada.
A fines de los 70s. milicos y humor no se juntaban.
 
Ya en la Ciudad Vieja nos llegó un rumor que atraía.
-Atenme y tápense las orejas dije.
Carlos y el Rojo no quisieron oírme, nos llamaba el canto de las sirenas. Un coro desafinado gritaba la canción de Nino Bravo, Libre.
Caímos gustosos en la trampa. A nuestro arribo el canto se apagaba, y la sirena resultó la única mujer en el lugar, tan en ruinas como el resto del coro, envueltos en el humo y los vahos del alcohol y los cuerpos.
Nadie nos dio la bienvenida al Scandinavian, Yacaré y rambla Portuaria, no nos vieron, no nos miraron.
Un bar de mala muerte, angosto, profundo, oscuro, tres bombitas de 60 que iluminaban lo que solo se ve de noche.
Barra alta, de mármol a la izquierda, mesas contra la pared opuesta. Por encima del lambriz que intentaba tapar la humedad, una serie de espejos unidos cubrían esa pared y duplicaban el oprobio, en un silencio piadoso.
Al final el corredor se angostaba para dar lugar al único baño.
Nos sentamos, pedimos tres vasos de vino.
En la última mesa ya contra el baño, dormía un parroquiano con el vaso a medio tomar.
La sirena intentó volver a dirigir el coro, al no tener éxito, se dedicó a recorrer la barra solucionando peleas que imaginaba.
El Waston caminando, o moviendo alternadamente las piernas para no caer de nariz repetía una consigna peligrosa para la época, -maricas y milicos, todos lo mismo.
En la mesa más cercana a la puerta, tres borrachos hablaban de tango y a intervalos irregulares cantaban siempre el mismo fragmento de un tango ignoto, -no tengo noche, no tengo día, para mí todo es igual- una y otra vez, luego se aplaudían.
A eso de las tres de la mañana comenzaron a llegar las prostitutas con sus hombres, había terminado el trabajo.
El mozo, que vestía una camisa amplia que alguna vez fue blanca, con paso cansino recorrió las mesas y juntó los vasos a medio tomar, incluido el del parroquiano dormido, los llevó a la barra, sacó una botella de vidrio,  con un embudo de latón la rellenó con todos los restos y la guardó en la vieja heladera de madera, vino de la casa.
 Nosotros callábamos, bebíamos.
La sirena se acercó a la mesa tanguera y les pidió que cantaran Un Boliche, de Tito Cabano; ante la negativa los puteó, se acercó a nosotros y mirando al espejo dijo:
¿Se dan cuenta que en esta inmundicia todo es ficticio? No esperó respuesta, tampoco la dimos.
Un parroquiano osó tocar a una de las recién llegadas, empujones, disculpas, puteadas, un cuchillo, sangre.
Habíamos terminado nuestro vino. Tal vez, también estábamos borrachos.
Cuando todo se calmó nos paramos, y salimos lentamente a través del espejo.

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