In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

jueves, 16 de marzo de 2023

Última voluntad

por Trancazo

Hace tiempo, el abuelo me había dicho que él quería que lo cremaramos. Recuerdo que lo había dicho bajando la voz como quien cuenta algo pecaminoso, tal vez por el conflicto que le representaba. El provenía de una familia conservadora muy respetuosa de las costumbres y las convenciones. Aquello no correspondía, pero era el deseo del viejo. Le dije que se quedara tranquilo, que cuando llegara la ocasión, me iba a encargar.

En una reunión de primos lo hablamos y todos, salvo Ernesto, el hijo único de Amalia, la hermana menor de Mamá, estuvimos de acuerdo. Ernesto empezó con un discurso de los suyos, llenos de palabras largas y repitió un montón de veces «¡es una barbaridad!», hasta que el Tito zanjó el tema con un «¡callate, boludo»; Ernesto se sentó con trompa y el asunto quedó decidido. Con los primos que hace un montón de años están en Australia no hubo ningún problema; hicimos un zoom de tardecita para que nos viniera bien la hora a todos, se lo contamos y de entrada dijeron que lo que decidiera la mayoría de acá estaba bien para ellos. También dijeron algo así como que de algún modo les gustaría estar presente —ya estaban avisando que no iban a venir— y si se podía trasmitir por zoom o algo así. No nos pareció apropiado y lo dejamos por ahí. Tampoco era algo con una fecha concreta, cuando tocara…En fin, a ese nivel ya había quedado decidido y agarré la posta para hacer las averiguaciones y los arreglos; después les avisaba a todos.

Todo llega y ayer lo hicimos.

¡Había que ver la felicidad de ese viejo! ¡Lloraba de alegría porque no podía creer que su sueño era realidad! Con el Tito habíamos llegado temprano al geriátrico, llevamos los baldes y ahí nomás en la pieza, le sacamos el piyama, le dejamos el pañal y lo untamos de la cabeza a los pies. ¡Se quedó quietito y era pura sonrisa! Cuando terminamos con la crema pastelera, lo llevamos en la silla de ruedas al comedor donde los viejos estaban tomando el desayuno. ¡Aplausos, vivas e incluso hasta algún lengüetazo hubo! ¡Fue un despelote!

Todos estaban muy contentos, salvo las enfermeras que nos miraban con bronca porque iban a tener que bañar al abuelo que estaba todito encremado con la crema pastelera. Pero, le habíamos hecho su voluntad. Siempre nos había dicho a todos: «los gustos hay que dárselos en vida, después es mucho más complicado».

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