Acá lo tenemos.
Y prometió mas.
El despertador del tano.
por Abelardo Abelenda
A Doménico lo reclamó su primo de sudamérica. Partió de la vieja
y civilizada Italia, cansada de guerras, de hambrunas y llegó a tierra uruguaya,
bárbara, fértil, en vías de pacificación.
Fue peón junto a
polacos, lituanos, españoles y tanos de todas las regiones.
La mujer del primo, callada e infatigable, cocinaba para
todo el batallón: 6 hijos y 4 peones que en la misma mesa compartían el pan y
el vino.
El sudor regaba el surco, hacía crecer las uvas, florecer los
duraznos y los manzanos.
Con los años Doménico se casó y se mudó. Se levantaba con el
traquetear del tren que pasaba rumbo a la estación Manga, generalmente a las 5:06
de la mañana.
Con sus primeros ahorros planteó a la patrona la necesidad
de comprar un reloj despertador.
Con los pesitos en una bolsa, marchó al centro en el ómnibus
del gallego Angelito.
Volvió a casa con una caja y una sonrisa: “¡Ma’ qué despertador!”. Y empezó a teclear
con nostalgia una canzonetta en su
flamante acordeón.
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