Es sabido que los médicos tienen (tenemos) un gran anecdotario de situaciones disparatadas, y que además tienen (tenemos) mucho tiempo para contarlas y aderezarlas.
Así pues es que, en un esfuerzo editorial impresionante, pretendemos seguir con esta saga médica pidiendo a todos los amigotes galenos que contribuyan a llenar la galanga.
Todas y cada una de estas anécdotas son absolutamente reales. Solo le hemos dado color y anonimato.
Mínimo Gurméndez
Cualquier abombado sabe que el médico, en la guardia interna de 24 horas, tiene solo dos momentos de felicidad: cuando le llega el relevo y la comida.
Capaz que es por eso que nos ponemos frenéticos por la puntualidad del otro y por la calidad del alimento.
El ginecólogo y el hemoterapeuta llegaron a eso de las 22:00 al Comedor de la Mutualista. Levantan las tapas de sus bandejas y encuentran que el menú es algo indescriptible (¿Pastel, revuelto, torta?) de brócoli.
Se miran a los ojos con pavor; odian el brócoli y a esa hora ya ni siquiera se pueden pedir unas pizzas. En la mesa del costado hay una bandeja apenas empezada: pollo al horno con puré. De la pechuga del pollo le faltarían unos 30 gramos.
- Seguro que es una pediatra. Piden especial y ni siquiera lo comen.
- ¿Vamos a darle?
- Vamos
Y empezaron a comer el pollito entre los dos. Apenas dejaron los huesitos pelados y se quedaron haciendo un poco de sobremesa.
En eso entra el cirujano:
- Opa! ¿Cómo andan? ¿Pueden creer que apenas me siento a comer y me llaman de Puerta por una boludez? Como ando jodido pedí un pollito que dejé allá así que ahora los acompaño a Uds a comer. ¿Y mi pollo?
- Qué barbaridad. Algún nabo no se dió cuenta y te lo comió. Vení; vamos a compartir nuestra comida.
Y entre los tres y entre arcadas, terminaron con los brócolis.
Gracias Quino |
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