Y luego de varios decenios de trabajo en esa función el anecdotario que se recolecta es tan abrumador como el hipocrático.
Todas las anécdotas son rigurosamente verídicas. Solo se omiten los nombres y apellidos para evitar tener que pagar más pensiones a la invalidez.
Aquí les presentamos la primer entrega de Violetero, en su nueva columna
¡Qué altura!
Faltaban pocos minutos para
finalizar un turno de pago y una señora enana se acerca a los compañeros que
entregan los recibos y le solicita el suyo. Los compañeros le dicen algo que yo
no alcanzo a percibir y la señora se aparta del mostrador y se queda esperando.
-¿Por qué no le entregaron el recibo
a la señora? – les pregunto.
-Es del turno que viene después y no
tenemos los recibos todavía – me
responde una compañera.
-Aprovechen que faltan unos minutos;
se comunican con Blancanieves y le dicen que la enana que se le perdió está en
el B.P.S. – les dije.
Comenzaron a reírse y se tapaban la
cara con sus manos. La enana se acerca y les pregunta:
-¿Se están riendo de mi?
Las compañeras no sabían qué hacer.
Tenían una tremenda vergüenza encima y le decían a la enana: -“no, no, no”
La enana las tranquilizaba y les
informaba:
-No se hagan problemas; yo trabajé
años en los circos y estoy acostumbrada a las risas de la gente.
Asomo mi cabeza por sobre el vidrio
del box y le digo a la enana:
-Yo les decía a las compañeras que
en el turno que viene comenzamos a pagar por orden de altura; así que usted va
a ser la primera en cobrar.
La enana “muerta de risa” se acerca
a mi ventanilla y me comienza a contar que tiene una hermana melliza (enana
como ella) que cobraba jubilación en un lugar de pago en Montevideo y que con
ella trabajaron juntas en muchos circos y conocían toda Sudamérica gracias a
sus tareas circenses.
-En mi barrio vivía una enana tan
enana y tan sucia, que no se sabía si tenía mal aliento u olor en los pies – le
cuento a la enana. Y agregué – se dice que la cosa más difícil es encontrar un
enano negro. La enana seguía muerta de la risa.
Viendo que la enana era tan
dicharachera le propongo:
-Usted va a ser la primera en cobrar
porque ya le van a dar su recibo, entonces le propongo que una vez que cobre,
se quede un poco al costado de la ventanilla y a la primera persona que venga
después de usted le hacemos pasar “flor de vergüenza”
-¡Está bárbaro! – me responde la
enana.
Le entregan el recibo a la enana; se
acerca a cobrar; le abono (cobraba poco); me guiña un ojo y permanece
quietecita al costado de la ventanilla, tal como habíamos pactado
anteriormente.
A esa altura del turno, recién había comenzado el
mismo, el patio estaba atestado de personas. Llega la segunda persona a cobrar.
Una señora toda muy bien empilchada con saco de piel y ropas finas. Un caso
típico de “vecina de Carrasco” y con posibilidades de tener una pasividad de un
monto mucho mayor que el de la enana. Efectivamente era así. Le abono a la
señora su pasividad y le comento:
-Usted tiene suerte de cobrar una
pasividad más que decorosa, pero no todas las pasividades son así. Por ejemplo,
la señora que está allí (y le señalo a
la enana) cobra una pasividad de poco monto.
La señora mira hacia abajo, ve a la
enana (a la cual se le caían las lágrimas de la risa esperando de qué forma
terminaría esta historia) y yo, parándome en el soporte de mi sillón y sacando
la cabeza por sobre el vidrio del box, con todo el patio lleno de gente, miro a
la señora y le grito fuerte:
-¡¡¡Y no vaya a pensar que esa
señora no trabajó. Así como usted la ve, esa señora trabajó como una enana!!!
La enana casi se hace pichí encima;
la gente que estaba en el patio no entendía nada; las compañeras no sabían dónde
ponerse; la señora, con una vergüenza enorme se subió la bufanda, se dio media
vuelta y se retiró apresuradamente y yo me senté y seguí pagando como si tal
cosa.
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