In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

lunes, 18 de marzo de 2013

El romance del Malevo (parte 1)

por Cadorniano

Con la licencia poética que Osiris Rodríguez Castillos hubiera permitido y hasta festejado.



El romance del Malevo
(traducción al inglés por la Real Academia del Barrio Cadorna y aprobada por Monasterio de Mala Educación e Incultura)

Primera parte

Ai dont clous the door of mai rancho, ni esliping,
For wat, si autsaide, la enrejaba de colmillos el coraje de mai dog.
Cimarrón, medio atigrao, ai fain, perdido en la sierra, boqueando de agusanao.
Malo, como manga of estouns, tuve que traerlo enlazao, pá curarle la bichera.
Y ahí se quedó aquerenciao, mai friend of hauers lerdas.
Trotando belou el estribo, no calculaba las leguas.
Cuando ai desensillaba, se echaba a tu luk las prendas.
Eso si, muy sensitive. Manosearlo, ni le cuento.
Se ponía de eye estrabiado y se le erizaba el coat.
Conque tenía bien ganao su apelativo: el malevo.
Que animal to capacity pal work en field open.
Había que verlo al mentao trajinando en un rodeo.
De ser christian, clavado que era doctor aquel dog.



Osiris Rodríguez Castillos nació en Montevideo en Julio de 1925 y murió en Octubre de 1996. Poeta, escritor, investigador, compositor, cantante, músico, luthier y hombre comprometido con sus ideas y su pueblo. Compuso, entre otras, el Romance del Malevo.
 
 
Yo no atrancaba la puerta de mi rancho, ni durmiendo;
¿pa qué? ¡si del lao de ajuera, por malo que juese’l tiempo, la enrejaba de colmillos el coraje de mi perro!
 
Cimarrón, medio atigrao.
Lo hallé perdido en las sierras, boquiando de agusanao.
¡Malo, como manga’e piedra!
Tuve que trairlo enlazao pa' curarle las bicheras!
 
Y... a’i se quedó, aquerenciao.
Compañero de horas lerdas, trotiando abajo’el estribo ¡ni carculaba las leguas!
y ande afluejaba la cincha, se echaba a cuidar las priendas.
 
Eso sí ¿eh? ¡Muy delicao! ¿Manosiarlo? ¡Ni le cuento!
Se ponía di ojo estraviao y se l’erizaba’l pelo.
Con que... tenía bien ganao su apelativo: "El Malevo".
 
¡Qué animal capacitao pa'l trabajo en campo abierto!
¡Había que verlo al mentao, trajinando en un rodeo!
De ser cristiano, ¡clavao qu’era dotor aquel perro!
 
¿Yo echar tropilla’l corral?
Le chiflaba entre dos dedos, y embretaos en el chiflido me los traiba, clin al viento;
¡y era un abrojo, priendido de los garrones de un trueno!
 
Una vez, bandiando tropa con much’agua en el Río Negro, caí quebrao di un apretón entre un remolino’e cuernos, y me ganó la mollera l’oscuridá y el silencio.
 
Cuando golví’abrir los ojos, cruzaba una nube’l cielo.
Gemidos y lambetazos llegaban como de lejos.
¡Redepente, compriendí!
Medio me senté en el suelo pa darle gracias: "Hermano, d’esta, te quedo debiendo.
¡No me halla ni el pan bendito si no me sacás, Malevo!"
¡Y una inmensa gratitú se me atracó en el garguero!
 
Güeno; la cosa pasó.
Yo dentré pa'l casamiento.
Hice’l horno, la cocina, mi rancho estiró un alero, y en su chúcara clinera charquió el arrorró, y el rezo.
¡A los dos años, gatiaba mi gurí sobre un pelego!
O andaba po’l guardapatio, priendido a la cruz del perro;
ah! ¡porque’l me le sacó las cosquillas al Malevo!
Lo habrá tomao por cachorro de su cría, el pendenciero.
Le soportaba imprudencias, se priestaba pa' sus juegos,
y ande amenazaba cairse ¡se l’echaba bajo ’el cuerpo!
 
La cosa jué tan de golpe, que hasta me parece cuento.
Jué dispués de un mediodía, como pa' fines d’enero.
Yo me había echao en el catre pa' descabezar un sueño.
La patrona, trajinaba, prosiando con el borrego;
y un redepente, aquel grito como de terror: "¡Rosendo!"
Y ya me pelé pal' patio manotiando el caronero.
Ella, estaba contra’l horno tartamudiando en silencio;
tenía al gurisito alzao, tembloroso contra’l pecho;
y avanzando, agazapao como una fiera, ¡mi perro!
¡Enseñaba unos colmillos como puñales!
Los pelos se le habían parao di un modo que costaba conocerlo, y ¡en las brasas de sus ojos se habían quemao los recuerdos!
 
De un salto me puse enfrente; le pegué el grito: "¡Malevo!"
Lo vi soltar una baba;
-"¡Está rabioso, Rosendo!"-
-"No te me acerqués hermano! ¡Echá p’atrás! ¡Juera perro!"
 
Redepente, me saltó.
Ladié pa' un costao el cuerpo, sentí como que la mano lo topaba contra el pecho,
y cayó; cuasi sin ruido; como una jerga en el suelo...
 
Cuando lo miré, los ojos se le habían puesto muy güenos,
¡como dándome las gracias se le acortaba el resuello!
Se arrastró, lambió mis pieses, y me brotó un lagrimeo.
 
"No tenía pa' elegir, hermano! ’tabas enfermo.
Jué po’l, cachorro, ¿sabés?
¡De nó, no lo hubiera hecho!"
 
Menió la cola una vez, dos veces, y ¡quedó muerto!
 
Por eso es que, desde entonces, no me gusta tener perro;
y cuando voy de a caballo, me parece que lo siento
seguir abajo ’el estribo, ¡trote y trote por el tiempo!

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