En La galanga no solo destacan los galenos (que habemos varios) sino personajes tan disímiles como pagadores del BPS. ¡Si! ¡Eso también existe!
Y luego de varios decenios de trabajo en esa función el anecdotario que se recolecta es tan abrumador como el hipocrático.
Todas las anécdotas son rigurosamente verídicas. Solo se omiten los nombres y apellidos para evitar tener que pagar más pensiones a la invalidez.
Aquí les presentamos la octava entrega de Violetero, en su nueva columna.
Y por supuesto hay mucho más
SE BUSCA
-¡No encuentro a mi nieta! ¡Se
perdió María Eugenia! ¡Ayúdenme, por favor! – gritaba desesperada una señora en
un local de pago del B.P.S. en Lagomar.
Tanto fue así, que uno de los
cajeros cerró momentáneamente su caja y se dispuso a ayudar a la abuela.
El revuelo fue general. Gente del
público, policías y demás en una búsqueda incesante pero que no daba los frutos
esperados.
Todo el mundo a los gritos y mirando
por todos los rincones.
Después de un buen rato de gritos y
nervios, dice la abuela:
-perdónenme; acabo de recordar
que mi nieta no vino hoy conmigo.
¡QUE HAMBRE!
Se acerca a pedir su recibo jubilatorio un Ex
Intendente que adujo en su momento, que las hormigas habían comido toneladas de
azúcar que estaban en un depósito y una compañera comienza a cantar:
“allá en la fuente – las hormiguitas – están lavando
– sus enagüitas...”
TRABAJANDO EN RIVERA
(TAN LEJOS NO SE HABÍA IDO)
Apenas llegado a trabajar en Rivera,
los compañeros me dijeron, con toda mala intención, que atendiera a una señora
que estaba esperando en el mostrador. Me acerco a ella y me doy cuenta
enseguida por los gestos que hacía que era sordomuda, conocida por supuesto,
por los compañeros.
Me señala con su dedo índice los
formularios de solicitud de Pensión por Invalidez donde los funcionarios
debemos marcar los diferentes recaudos que debe presentar el solicitante.
Entonces comienzo a señalarle con
una lapicera los diferentes certificados que debía traer. Ella me iba
asintiendo con la cabeza, hasta que aparece “recibo de sueldo de la madre”. Me
hizo señas con su mano abierta y moviéndola hacia arriba en un gesto, que para
mi resultaba inequívoco, de que su madre estaba en el Cielo, o sea, fallecida.
Ante ese gesto, le anoto en el
papel: “Partida de Defunción de su madre”. La señora saltaba y movía los brazos
en forma desesperada; de repente me saca la lapicera de la mano y escribe en un
papel: “está en Buenos Aires”.
-Ah – le digo, mirándola para que me
leyera los labios – entonces no se fue tan lejos como yo creía.
La señora se retiró “muerta de
risa”, pero lo más gracioso del asunto, fue que cada vez que nos veíamos por la
calle, nos hacíamos el gesto con la mano en movimiento hacia arriba, como
significando “está en el Cielo”.
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