La frase del viernes por Abelardo Abelenda
Los viajes, cualquiera sea el motivo, despiertan recuerdos escondidos. Los paisajes, las sonidos, los olores nos traen al presente historias guardadas en recónditos cajoncitos de la memoria. Mientras pasábamos por San José hace unos días en un viaje laboral, me vinieron a la mente algunas anécdotas de Paco Espínola.
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Paco Espínola emigró de la república de San José a estudiar medicina en Montevideo. La nostalgia del terruño se le hacía insoportable; con el tiempo, también la medicina. Dicen que su bisturí le sirvió durante mucho tiempo para cortar el pan. El extrañe era tan grande que varias fueron las noches en que iba hasta la Estación Central a ver salir el último tren a San José de Mayo.
Con el tiempo abandonó la facultad y se dedicó a lo suyo, las letras, las palabras, los cuentos. Además de escritor, se transformó en un gran contador de historias. Los cuentos iban cambiando sus contenidos de acuerdo al contexto y la audiencia. El público escuchaba atento su voz grave y cascada, con silencios profundos nublados por el humo del cigarrillo siempre encendido.
En sus noches de cafés y tertulias, siempre se daba una vuelta por la redacción de El País, para acompañar a sus amigos maragatos Luis Gil Salguero y Luis Pedro Bonavita Salguero que ordenaban y jugaban con las palabras en la corrección del periódico.
En Montevideo aparecieron los amores y con ellos los desamores, fuente eterna de inspiración artística.
Una novia lo abandona. Mientras volvía a su casa, revolviéndose la herida -o tratando de que duela menos-, empezó a fantasear con matar a su ex-pareja.
La cosa no podía quedar así. El problema era que si la asesinaba iba a marchar preso en Montevideo y no estaba dispuesto a caer en la capital. Así que calculó cometer el homicidio un rato antes de la salida del último tren para poder fugarse en el a San José. Si lo agarraban, que fuera en su ciudad natal.
Mientras esperaba la hora planificada, se puso a escribir para matar la ansiedad. Ante la tristeza, los cantores cantan y los escritores escriben. Las palabras le brotaban de corrido, sin parar, los minutos pasaban.
Cuando se quiso acordar, el último tren ya había partido. El cuento estaba casi terminado. Cuando lo pudo redondear estaba más tranquilo. Se levantó y ahora sí marchó decidido y convencido, a paso firme le fue a mostrar el manuscrito a su amigo Luis.
Así nació Saltoncito, un cuento maravilloso para niños.
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Para acompañar con música va un tema de Alejandro Balbis sobre un viejo relator de historias.
El gran pez.
En el río hay un gran pez
todo puede suceder
flores amarillas
y amor de rodillas
que golpiza de placer
todo puede suceder
flores amarillas
y amor de rodillas
que golpiza de placer
...
vivir relatando historias
coloreando la memoria
el viejo acapara la atención
la distancia entre los cuentos
y los acontecimientos
ni mas ni menos que una versión
...
coloreando la memoria
el viejo acapara la atención
la distancia entre los cuentos
y los acontecimientos
ni mas ni menos que una versión
...
Gracias a Daniel Gil Quinteros que me regaló nuevamente esta historia para la frase del viernes.
Daniel es hijo de Luis y heredó de su padre la amistad de Espínola; amistad que supo cultivar y honrar hasta el último suspiro de Paco, que como no soportaba las dictaduras se levantó en armas contra la de Terra y se murió antes de que empezara la última, el 27 de junio de 1973.
Comentarios
Muy buena semblanza Abelenda. Me hiciste acordar a aquellas maestras, una gloria de la dedicación docente, que nos leían a Paco Espínola, a Gabriela Mistral, a Juana, a Rodó e incluso a Serafín. Maravillosas épocas.
Tano
Muy buena semblanza Abelenda. Me hiciste acordar a aquellas maestras, una gloria de la dedicación docente, que nos leían a Paco espínola, a Gabriela Mistral, a Juana, a Rodo e incluso a Serafín. Maravillosas épocas.
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