In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.

viernes, 8 de febrero de 2013

El Tío Poroto fue al médico

El mismísimo Cadorniano nos alcanza esta colaboración recibida extramuros, que publicamos traducida al uruguayo, por así corresponder.



Mi tío Poroto se encontraba bien de salud, hasta que su mujer, mi tía Porota, a instancias de su hija, mi prima Tota, le dijo:
- Poroto, vas a cumplir 70 años, es hora de que te hagas un control médico.
- ¿Y para qué?, si me siento muy bien.
- Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sentís bien. - contestó mi tía.

Por eso mi tío Poroto fue a ver al médico.
El médico, con buen criterio, le mandó a hacer exámenes y análisis de todo lo que pudiera hacerse.

A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar.

Entonces le recetó
Atorvastatina grageas para el colesterol,
Losartán para el corazón y la hipertensión,
Metformina para prevenir la diabetes,
Polivitamínico, para aumentar las defensas.
Enalapril para la presión,
Desloratadina para la alergia.

Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó Omeprazol y un diurético para los edemas.

Mi tío Poroto fue a la farmacia y gastó en tickets una parte importante de su jubilación por varias cajitas primorosas de colores variados.

Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia, las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón, iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico.

Este, luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas de pastillas, lo notó un poco tenso y algo contracturado, por lo que le agregó
Alprazolam y Sucedal para dormir.

Esa tarde, cuando entró a la farmacia con las recetas, el farmacéutico y sus empleados hicieron una doble fila para que él pasara por el medio, mientras ellos lo aplaudían.
Mi tío, en lugar de estar mejor, estaba cada día peor. Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina y casi no salía de su casa, porque no pasaba momento del día en que no tuviera que tomar una pastilla.

A la semana, el laboratorio fabricante de varios de los medicamentos que él usaba lo nombró "cliente protector" y le regaló un termómetro, un frasco estéril para análisis de orina y una lápiz con el logo de la empresa.

Tan mala suerte tuvo mi tío Poroto, que a los pocos días se resfrió y mi tía Porota lo hizo acostar como siempre, pero esta vez, además del té con miel, llamó al médico.

Este le dijo que no era nada, pero le recetó Tapsín día y noche y Sanigrip con efedrina. Como le dio taquicardia le agregó Atenolol y un antibiótico, Amoxicilina de 1 gr. cada 12 por 10 días. Le salieron hongos y herpes en la boca y le indicaron Fluconazol y Zovirax.

Para colmo, mi tío Poroto se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se enteró de
las contraindicaciones,
las advertencias,
las precauciones,
las reacciones adversas,
los efectos colaterales
y las interacciones médicas.

Lo que leía eran cosas terribles.
No sólo se podía morir, sino que además podía tener
arritmias ventriculares,
sangrado anormal,
náuseas,
hipertensión,
insuficiencia renal,
parálisis,
cólicos abdominales,
alteraciones del estado mental
y otro montón de cosas espantosas.

Asustadísimo, llamó al médico, quien al verlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas porque los laboratorios las ponían por poner.
- Tranquilo, Don Poroto, no se excite - le dijo el médico, mientras le hacía una nueva receta con Rivotril con un antidepresivo Sertralina de 100 mg. Y como le dolían las articulaciones le dieron Diclofenac.
En ese tiempo, cada vez que mi tío cobraba la jubilación, iba a la farmacia donde ya lo habían nombrado Cliente VIP.
Esto lo hacía poner muy mal, razón por la cual el médico le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos.

Llegó un momento en que al pobre de mi tío Poroto las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas, por lo cual ya no dormía, pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado.

Tan mal se había puesto que un día, haciéndole caso a los prospectos de los remedios, agarró y se murió.

Al entierro fueron todos, pero el que más lloraba era el farmacéutico.

Aún hoy, mi tía Porota afirma que menos mal que lo mandó al medico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes.
- Imagínense como hubiera sufrido si hubiera seguido con su vasito de vino tinto, su pollito a la parrilla y sus caminatas hasta el club de bochas donde jugaba las tardes de los martes y jueves – se lamentaba Porota mientras tiraba tres quilos y medio de pastillas sobrantes al contenedor de la basura.

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