Desde hace mucho digo que por algún instinto atávico y vaya a saber uno qué grado de desconfianza publicitaria, no creo en las encuestas. Nunca he creído en esa clase de compulsa mediática que a mi entender, lejos de recoger la auténtica opinión ciudadana, lo que buscan finalmente es crearla. Siempre gana el que las paga, y si la que yo encargué no me favorece, directamente la hago desaparecer, no se publica y santas pascuas, diría el ex parlamentario que aguarda segura condena en prisión en Florida. No les doy el beneficio de la certeza ni siquiera a las que me podrían ilusionar porque coincidan con mis aspiraciones electorales. Después de todo, tantas veces le han errado como de aquí a Japón, e incluso esos resultados no dicen más que eso y no garantizan que el gobierno que se promete sea el que se vaya a hacer, que les doy el mismo grado de credibilidad que la de los nuevos opinólogos (parece que ahora tanta gente se ha afanado en hacer la carrera de ciencias políticas, que se multiplican las pantallas para darles cabida), a los vendedores de seguros o los de autos usados. A lo largo de mi vida jamás nadie me paró en la calle, me mandó un correo o me llamó por teléfono para preguntarme por quién pensaba votar.
Ninguna empresa de sondeos de preferencias sale a excusarse cuando sus números son desacreditados por los resultados, en algunos casos tan distintos a los escrutados.
Y todo esto me genera un ciclo reflexivo cada cuatro años cuando las fechas de comicios se acercan como un meteorito a la tierra, y los programas de todo tipo se atiborran de gente con cara de saber algo, y enfrentan a los candidatos en un circo mediático y cronometrado para adivinar quién se pisa el palito primero. Para que los moderadores se luzcan en el uso de la palabra empleando más tiempo que los postulantes, o los analistas más jóvenes al otro día tengan para hacer sesudos editoriales sobre la facha de los vestuarios, o el lenguaje corporal de tal o cual.
Queda muy en entredicho la credibilidad de aquellos aspirantes al gobierno - casi todos - que hacen proselitismo electoral a partir de una suerte de política “basada en la evidencia” ejercida por estos nuevos gurúes de las apuestas, y que según sus estadísticas cambian a cada rato el tenor de sus opiniones o discursos.
En Chile se acercan las presidenciales que de paso renuevan parte de la cámara de diputados el domingo próximo y el partido de las encuestadores juega su propia carrera. Al vaivén del people meter, empresas como CRITERIA, IPSOS, PANEL CIUDADANO, CADEM, MICRODATOS, UDD, LA COSA NOSTRA, PULSO CIUDADANO, LA TERCERA y otras tantas, ponen la música de este juego perverso de adivinanzas del contenido de las urnas.
Ya casi terminando el mandato de Gabriel Boric, un estudiante de derecho y dirigente estudiantil de la prestigiosa FECH, luego diputado, quien llegara al poder en hombros de la recién creada coalición de partidos que reivindicaban ser la auténtica izquierda por oposición a la centro izquierda (“izquierda democrática” se le llama de manera más que eufemística por la prensa, uno de los poderes fácticos más opositores a su gestión), que con apenas treintaisiete años se transformara en el dignatario más joven de este país, la historia escrita por las mencionadas sociedades de opinión parece estar inexorablemente atada al mismo designio de otros países de la región como Argentina, Perú, Ecuador y más recientemente Bolivia, girando a una opción política de signo contrario. Según ellos y su bola de cristal, claro.
El parlamentario oriundo de Punta Arenas, fusionó su partido con el de otros militantes contemporáneos como Giorgio Jackson, conformando a imagen y semejanza del uruguayo el Frente Amplio chileno, donde además supieron aterrizar Camila Vallejos, Karol Cariola (ambas de extracción comunista), Izkia Sitches (presidenta del Colegio Médico), Gonzalo Winter y un racimo de jóvenes sin experiencia gubernamental y quienes pasaron a engrosar un gabinete promitente y resistido desde el comienzo por los grandes poderes y los intereses creados en un país donde con excepción de los dos períodos de Piñera, desde la vuelta a la democracia había gobernado la centro izquierda encarnada por el Partido Socialista, el PDC, el PPD y el Partido Radical (presidentes Alwyn, Lagos y Bachelet en dos oportunidades). Esa respuesta estudiantil, bautizada en las luchas callejeras del período 2006 al 2011, cristalizó en un gobierno esperanzador y de ánimo renovado para un país pobre, desigual y controlado por el poder económico concentrado en cuatro o cinco familias desde los inicios de la república. Este gobierno que culmina en marzo del próximo año, vino a interpelar a esa clase política profesional que de vuelta del exilio tras la renga salida de la dictadura, con el autodesignado senador vitalicio Pinochet sentado en el parlamento (¡) y a lo largo de décadas, no supo dar respuesta a las más caras necesidades de una sociedad muy desigual, altamente clasista, donde la educación, la vivienda y la salud tienen valor de mercado y no son considerados derechos de sus habitantes. E imperaba y sigue imperando la miles de veces reformada Constitución de 1980, el último golpe a la sociedad perpetrado por la dictadura más sangrienta y larga del continente.
Luego de quedar segundo en primera vuelta, supo ganarle a su contendor de turno (Kast, quien ahora vuelve por la revancha), en el ballotage y con casi el 56 % de los votos y una diferencia de más de tres millones de sufragios, y no ha dejado de padecer los embates opositores desde el primer día, incluso de aquellos que le prestaran el voto para su triunfo y que paulatinamente se fueron acercando a La Moneda para formar parte de un gabinete que ya por errores propios y otras veces por descaradas campañas de law fare, obligaron al joven mandatario a echar mano de esos políticos de carrera que definitivamente corrieron el eje político del accionar gubernamental al casi centro del espectro. Le coparon el mostrador al tipo. Con todo, el gobierno de izquierda con aspiraciones transformadoras, se las ha ingeniado para llevar adelante algunas de sus aspiraciones tales como el mejor y más amplio acceso a la salud de un importante sector de la población más desfavorecida; concretó la reforma laboral consagrando la ley de cuarenta horas semanales; una reforma previsional por siempre saboteada desde y fuera del parlamento por la derecha y los empresarios; ajustó políticas tributarias buscando algo de equidad en la distribución de la riqueza acaparada por la banca, las mineras, las forestales, las empresas pesqueras - quienes desde siempre ponen a salvo y fuera del país su capital para la multiplicación exponencial de sus rentabilidades - ; implementar un sistema de cuidados aún en pañales; atender las demandas de un potente movimiento feminista; así como mejoró diversas políticas habitacionales para amplios sectores que todavía pululan en asentamientos sin las más mínimas condiciones en los cinturones de la capital y otras ciudades, incluso con el peso agregado de un importante contingente inmigrante a quien atender.
Con palos en la rueda, en las cuatro ruedas y durante todos estos años, este gobierno ha tenido la valentía y el coraje de seguir adelante. Como entenderán, ninguna bola le doy ni le estaré dando a los de la ruleta de la fortuna que ya están tirando datos de “con cuánta popularidad” se retira el presidente, ni cuanto prestigio calibrado por sus caprichosos números merece su gestión.
Alemania 3 – Chile 1
Si hasta aquí me han seguido y la barra galanguera no se aburre, prosigo contando cómo se proyecta la campaña de cara al próximo domingo, en donde la derecha acude separada y con tres candidatos de estirpe germana: Matthei, hija del general integrante de la siniestra junta militar golpista encabezada por el asesino traidor, de Chile Vamos (asociación histórica entre la UDI, RN y más acá en el tiempo Evópoli); el reincidente Kast por el partido Republicano escisión de la UDI (declarado admirador de Milei y “su milagro”); Kaiser, un brazo desprendido del anterior por considerarlo una derecha “blanda” y enarbolador de premisas racistas, xenófobas y homofóbicas con promesas de creación de campos de concentración de inmigrantes y deportación forzada a costo de los propios damnificados (más que la propia ICE del mismísimo Trump).
La izquierda acude a la cita con candidata única luego de una elección interna, en la figura de Jeannette Jara, militante comunista y ex ministra de trabajo del gobierno actual, quien dejara por el camino en esa instancia con más del 60 % de las preferencias a Tohá (PS), Winter (FA) y Mulet (FRVS).
Completan el elenco ofrecido otros candidatos y facciones casi testimoniales como Parisi (PDG), un economista que fundara su partido en el período electoral pasado e hiciera campaña en ese entonces desde EEUU por estar prófugo de la justicia y ya resuelta su situación, ahora en el territorio nacional para dejar de ser un holograma, apunta a mejorar su representación parlamentaria y no ha tenido empacho en aclarar que en segunda vuelta apoyará a “cualquier” candidato de la derecha; Marco Enríquez (Independiente), hijo de Miguel Enríquez, histórico militante fundador del MIR y con cuyo apellido profita cada cuatro años y sin partido, activando su pyme electoral cuyos dividendos obtenidos por el 1 o 2 % del escrutinio le permitirán volver a aparecer en un tiempo en los debates televisivos con un jopo canoso y reloj de magnate ruso; Harold Mayne (Independiente), dirigente y ex presidente de la Asociación de fútbol que inexplicablemente se cortó en una carrera política tan anodina como sin horizonte; y Eduardo Artés ( Independiente), viejo militante sindical de origen comunista que siempre que habla me deja dudas de si alguien le avisó que en 1989 Berlín dejó de ser una ciudad dividida al medio.
Así las cosas, y esta vez más allá de las profesías de las consabidas fabricantes de realidades, el pulso en la calle hace presentir que la candidata de izquierda ganaría - y hasta ahora sería la única que tendría garantizado el pasaje a la segunda vuelta -, y el segundo lugar es un territorio en disputa entre los tres candidatos descendientes de alemanes, con el compromiso tácito entre ellos de apoyo de los dos restantes a quien se vea las caras con Jara en diciembre.
De ahí que la simple aritmética induce a calcular que dos más dos son cuatro, y que la derecha más la ultraderecha y la ultra ultraderecha sumarían esfuerzos para oponerse a la figura oficialista que ha sabido conquistar buena parte de las caras dubitativas de la centroizquierda que parece tener todavía la vergüenza necesaria para no ofrecer su apoyo a quienes podrían significar el retroceso democrático conseguido milímetro a milímetro por una sociedad para nada ideologizada, ajena al devenir político de su propia vida, y por siempre con la zanahoria del consumo por delante como motivo primordial de vida.
Mientras tanto, los quioscos proféticos seguirán haciendo su zafra.