In Invernum qualqum soreteae fiumo expelent

DEFINICIÓN


galanga (diccionario de la real Academia Española)

3. f. Bacín plano con borde entrante y mango hueco, para usar en la cama.
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domingo, 14 de septiembre de 2025

¡Ascensor!


por Yamandú Cuevas

Estaba de lo más entusiasmado escribiendo un cuento de fantasmas, estaba conectado, podía ver lo que estaba sucediendo, la escritura fluía a la velocidad justa, y todo se iba encadenando maravillosamente cuando se acabó la tinta de la lapicera.

En el portalápices del escritorio había un par de destornilladores Phillips de mango naranja, un centímetro de metal, un sacapuntas con forma de cabaña alpina, una trincheta azul, una tijera viejísima y otro montón de cosas que no se usan nunca. Todo menos lapiceras de repuesto. Busqué en los cajones de la derecha, en las bandejas de las hojas A4, pero nada, ni una triste lapicera.

Así que me puse el saco largo, los guantes y la bufanda y bajé hasta el kiosko a comprar una nueva. Esperando el ascensor estaba doña Hilda, la vecina de enfrente que aprovechó verme tan abrigado para hablar sobre el clima. - Tiempo loco, ¿eh? Me dijo mientras se inclinaba levemente sobre el ducto del ascensor para ver qué tan lejos venía. Ayer un día hermoso y mire hoy el frío que hace… ¡una locura!

No me acuerdo bien, pero creo que le seguí la conversación climática hasta el tercer o segundo piso cuando el ascensor, una máquina antiquísima, toda de hierro y paredes con arabescos, hizo un ruido aparatoso y con un prolongado guiño de luces se detuvo.

A doña Hilda la cara se le descompuso. - ¿Qué pasó mijo?! ¿Qué pasó? Me decía agarrándose de mis solapas. - No sé doña; no sé, le decía mientras intentaba pensar. Debe ser un apagón. Tranquilícese que ya lo resolvemos, seguro enseguida viene el portero o alguna vecina a ayudar. Pero los minutos pasaban y el ascensor no daba señales de vida.

Con apagón, el timbre de emergencia era inútil, el aparato se había trancado entre el segundo y el tercer piso así que desde donde estábamos podíamos ver el piso de baldosas rojas del tercero y las molduras de yeso del techo del segundo. Por pura cultura cinematográfica miré hacia el techo del ascensor buscando una tapa, un ducto para intentar alguna cosa.

Efectivamente, en el techo del ascensor había una especie de tapa o puertecilla de hierro y arabescos con una manija que en letras rojas y gastadas por el paso del tiempo decía “empuje” cosa que hice. Al primer intento la tapa ni se movió, estaba como nacida. Seguro que esto no lo abren desde la época en que inauguraron esta catramina, pensé. Sin embargo, al segundo intento la tapa cedió. No completamente, pero algo cedió.

¿Qué va a hacer mijo? Preguntó doña Hilda, y yo la verdad es que no sabía. Así que para ganar tiempo le dije que esperara un segundito que ya le decía.

Cuando le di el primer empujón me dio toda la impresión que la tapa tenía algo encima (no podía ser tan pesada), así que para el segundo intento hice más fuerza hasta lograr correrla algunos centímetros más. Cuando ya lo estaba logrando me sorprendieron una serie de sonidos extraños, como de voces lejanas gritando en un idioma desconocido, grueso y lento.

Al mirar por la rendija que había logrado descubrir vi un compartimiento oscuro en el que había víboras enroscadas a seres fantasmales, corpulentos cornudos que abrían exageradamente sus bocas buscando absorber todo el aire que las serpientes les quitaban. Esa maraña horrorosa, oscura y gelatinosa soltaba un olor agrio, mezcla de humedad reconcentrada y jugos descompuestos. Yo ya estaba por volver a cerrar la tapa cuando sentí que me tironeaban desde abajo. -Espere doña, espere que ya termino, le dije. Pero debía estar muy nerviosa porque cada vez me jalaba con más fuerza.

Cuando por fin pude cerrar la tapa y mirarla, doña Hilda era un demonio de cuerpo enorme y retorcidos cuernos de carnero que me atraía hacia ella y una y otra vez me clavaba un puñal de empuñadura de serpientes, abriéndome cuatro, cinco, seis heridas grandes por las que se me escapaban chorros de sangre espesa, pastosa y azul como tinta de lapicera.


Comentarios


Uau! Estaba despertándome con cierta dificultad porque la neumonia pega fuerte pero éste cuento me despabilo de una.
Muy bueno. Menos mal que tengo el toc de estar comprando lapiceras. Todo el tiempo. Aunque tienen la manía de esconderse.
Silvia Barzi

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Guau, que sueño mas horrible que tuviste
Anónimo

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Muy buen cuento el de tu amigo! Abrazo dominguero Daniel!
Anónimo

jueves, 4 de septiembre de 2025

Conversaciones con Manuela (2)

Cuando Yamandú mandó estas letras a los Editores y Responsables (editores irresponsables) de este pasquín, empezando lo que es la nueva columna Conversaciones con Manuela, buscaba un par de cosas:
  • compartir la frescura infinita de los niños en general y de Manu, su nieta, en particular. Si un día nos diéramos cuenta de que los niños son inmensamente más sabios que los adultos es probable que les diéramos más pelota y las cosas anduvieran mejor
  • tener una nueva columna para tratar de justificar ese medio aguinaldo tan esquivo para los aquí escribientes
Teniendo en cuenta pues solo su primer intención hoy les presentamos la segunda de Manu

Dibujo para una obra de teatro
Manuela De León (2025)

-A mí me gustan los billetes de mil.

-Claro, a mí también. Son los que tienen a Juana, que es poetisa, ¿sabías?

-A mí me gustan porque son los que sirven más. Ayer me dibujé dos. Pero no los puedo llevar al almacén porque no sirven.

-¿Y qué te comprarías con uno de esos?

-Muchos chicles redondos. Diez para mí y diez para Alegro, aunque me pelee. ¿Sabés lo que hizo ayer? Desarmó mi chicle redondo y se comió un montón pero del lado de atrás, y después lo cerró para que no me diera cuenta.

-¡Que pillo! Pero vos lo supiste, porque me lo estás contando.

-Es que él me lo dijo pero después, cuando ya lo había tirado. Me dijo que fue en venganza porque yo otro día me había comido todos los maníes con chocolate que trajo la abuela, y no era cierto porque yo le dejé, lo que pasa es que después, otro día, me confundí y me los comí…

-Igual comer muchas golosinas no es muy bueno, ¿viste? Por todo el tema de los dientes y la alimentación saludable…

-¡Es re saludable comer caramelos, abuelo! A mí me hace bien, me pone re contenta. Y por los dientes no te preocupes, yo me los lavo siete mil veces, como me enseñó mamá. ¿Vos tenés algún billete de mil?


Anuncio para una obra de teatro
Manuela De León (2025)


Comentarios


Divina
María José

viernes, 22 de agosto de 2025

Conversaciones con Manuela (1)

Cuando Yamandú mandó estas letras a los Editores y Responsables (editores irresponsables) de este pasquín, buscaba un par de cosas:
  • compartir la frescura infinita de los niños en general y de Manu, su nieta, en particular. Si un día nos diéramos cuenta de que los niños son inmensamente más sabios que los adultos es probable que les diéramos más pelota y las cosas anduvieran mejor
  • tener una nueva columna para tratar de justificar ese medio aguinaldo tan esquivo para los aquí escribientes
Teniendo en cuenta pues solo su primer intención es que desde hoy les presentamos a Manu

El abuelo en su nave espacial
(marzo 2023)
Manuela De León


por Yamandú Cuevas

- ¡Mirá Manuela! ¡Un ternero tomando la teta de la vaca!

- Es porque a los bebés les encanta la leche, abuelo. ¿Sabés que yo cuando sea grande voy a tener un bebé?

- ¡Qué hermoso Manuela, me encantan los bebés!

- Sí, y yo lo voy a llevar a tu casa para que tú lo hagas dormir como me hacías dormir a mí. ¿Te digo algo? A los bebés lo que más les gusta es comer y dormir, ¿Sabías? así que cuando nazca el bebé, yo le doy la teta y vos lo hacés dormir. Tá?

La casa de Manuela queda en el Cerro del Burro. Desde mi casa en Playa Verde a la suya en Playa Hermosa debe haber unos 10 minutos de viaje en auto, pero yo los hago en el triple de tiempo sólo para disfrutar de su conversación. La madre le ha enseñado que cuando va sola de acompañante ella debe conversar y Manuela obedece al pie de la letra. Sus conversaciones nunca son forzadas y a mí me asombra el repertorio y la fluidez.

- ¿Viste esa gallina, abuelo? Yo tengo una igual y un día que fui temprano a recoger los huevos con papi toqué uno que estaba calentito y ¿sabés qué? era porque tenía dos yemas en vez de una. Cuando lo fuimos a comer yo le sequé una foto. Otro día te la voy a mostrar.

- ¿Sabés por qué las nubes pasan por arriba del cerro, abuelo? Porque les gusta jugar con él, ellas le esconden la cruz por un rato y después, cuando él ya no sabe qué hacer le muestran que la tiene encima.

Y todo así. En la playa, cuando se aburre de aplastar los huevos de caracol que la marea amontona en la orilla, se me arrima y me cuenta cosas. - ¿Viste todos esos huevos, abuelo? Son de los caracoles, pero no te preocupes, los aplasté porque ya están vacíos, los caracolitos que vivían ahí ya salieron. Ahora deben estar por ahí adentro del agua, sólo que no sé cómo porque ellos no nadan ¿viste?, sólo caminan. ¿Vos sabés si los caracoles nadan?

Y ahí yo me doy cuenta que no me preparé lo suficiente para esto de ser abuelo. De todas maneras le digo que puedo averiguarlo. - ¿Cómo? Me pregunta. - Bueno, cuando lleguemos a casa puedo buscar mi enciclopedia Espasa Calpe, la que tiene los dibujos que a vos te gustan y entonces buscar la letra C de Caracol y ver que dice.

- Si querés le pedimos a mamá que te preste su teléfono, que tiene Google.

- Yo también tengo Google, pero me resulta más divertido buscar en la enciclopedia. Es más vistosa y ya de paso miramos alguna otra cosa.

- ¿Es la que tiene los dibujos de los animales del pasado, abuelo?

- Esa misma.

- Y lo que dice esa enciclopedia es verdad?

- Claro que es verdad, todo lo que está escrito ahí es verdad.

- Pero tú me dijiste que los tigres dientes de sable no existen…, ¿entonces?

- Yo te dije que ya no existen, pero es muy cierto que existieron.

- Cuándo?

- Y ponele que hace unos 12.000 años.

- ¡Dale abuelo, me estás mintiendo! ¡En ese tiempo nadie escribía enciclopedias!


Comentarios


Impresionante Manuela! Me imagino el tamaño del babero de Yamandú
María Jo

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Es una delicia poder disfrutar de la espontánea creatividad de los niños no domesticados.
Y es elogiable la sensibilidad del abuelo, que sabe escuchar con el corazón ❤️
Carlos Borelli

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Amorosa niña. Felicidades.
Ke Verba.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Made in China


por Yamandú Cuevas

Lo que más me gustaba era pincharle los ojos. Levantar la tapa de la caja, aprovechar el breve lapso de encandilamiento que sufría para enterrarle la aguja de coser colchones en alguno de los ojos y quedarme apenas dos, tres segundos mirándolo sufrir de dolor. Más no podía porque se recuperaba rápido, casi enseguida, y si no cerraba la tapa no sé, podía pasar algo. Además, tampoco era lindo así como para estarlo observando, más bien todo lo contrario. Si alguna vez tuvo una forma la perdió, porque a medida que fue creciendo se fue explayando en el fondo de la caja y ocupando todo el espacio, como si fuera gelatinoso. En los breves instantes en que abría la caja para joderlo pude ver que tenía una piel viscosa, llena de cráteres supurantes que dejaban ver trozos de una carnadura por momentos violácea y por momentos de azul intenso. Sin embargo no era agresivo, para poder molestarlo casi siempre tenía que encajarle tres o cuatro patadas bien dadas a la caja para que se despertara. Tampoco podía pasarme en eso porque si la caja se rompía, bueno, no sé…

Me preguntaba desde cuándo estaría en el garaje. Yo lo descubrí hace por lo menos dos semanas, un día que fui a buscar la bici y vi que una de las cajas del piso se movía. Al principio salté, me pegué un susto bárbaro, pero cuando comenté en casa que una de las cajas que había en el piso del garaje se movía sola, lo único que se les ocurrió fue reírse a carcajadas. La boluda de mi hermana ya empezó con la pavada del exceso de masturbación y esas estupideces. Si no fuera por mamá le hubiera apretado el cogote hasta que sacara la lengua. La odio.

Bueno, la cosa es que al otro día no me aguanté y bajé al garaje a ver qué onda con la caja. Ahí fue cuando aprendí lo de las patadas porque fue lo primero que hice, patearla lo más lejos que pude a ver qué pasaba. Con la primera patada, que me salió medio mal -hay que decirlo- no pasó nada, pero con la segunda, que se la metí bien metida, ya se movió. Dio un sacudón como la lavadora cuando termina el programa, así, un temblor rapidito y fuerte, y listo. Nada más. Después, inmovilidad absoluta. Yo me quedé helado, no me podía mover. No sabía si gritar, correr o qué mierda hacer, pero lo cierto es que me quedé ahí.

Buscando algo con qué pegarle de lejos fue que encontré una lata llena de unas agujas larguísimas que mi abuelo usaba para coser los colchones. Agarré la más larga, la empuñé como si fuese una daga y me acerqué lo más sigilosamente que pude. Estaba transpirando y con el cuero cabelludo como con electricidad, pero no me importó, la curiosidad pudo más, así que cuando estuve a medio metro, con una mano abrí la tapa de la caja y con la otra di dos, tres, cuatro pinchazos con toda mi fuerza a lo que fuera que había ahí adentro y cerré, volví a poner la tapa a la caja lo más rápido que pude y corrí hasta la puerta.

Con el paso de los días fui viendo que por debajo de las heridas la criatura tenía un color indefinido y un olor de grasera desbordada. Su piel, cuero o lo que fuera estaba llena de protuberancias que se agrandaban y se achicaban mientras respiraba, y ahora de aquí, luego de allá, de cada una salía un ojo que me miraba fijo por un instante y se hundía para dejar emerger otro que también me miraba fijo y se hundía, y así todo el rato que estuviese destapada la caja.

Cuando le clavaba la aguja en uno de los ojos, ése y todos los demás hacían un gesto de dolor muy gracioso, como una caída de ojos que me daba gracia o ternura y que no duraba más que un par de segundos. Yo nunca esperaba a ver la expresión siguiente pero cada vez que volvía a abrir la caja tenía todos los ojos sanos.
Un día decidí sacarle una foto con el teléfono para mostrárselo a mis amigos, pero no tuve suerte. Ese día por más patadas que le di no hubo respuesta, el bicho estaba dormido como un tronco, así que fotografié la caja. Después, a la noche en mi cuarto, mirando las fotos vi que los textos de la caja estaban en chino. Al otro día en el liceo me fui al laboratorio a ver al profe de química, que había vivido en China. Le mostré la foto, le dije que mi viejo había comprado algo por internet y que le habían dejado una caja equivocada, si no me hacía el favor de traducirnos para ver si podíamos enterarnos que traía la caja sin tener que abrirla, por si queríamos devolverla. Me dijo que se la pasara por WhatsApp, que la miraba y me llamaba.

A la mañana siguiente, cuando bajé al sótano la caja no estaba, subí corriendo a preguntarle a mi padre - ¿vos devolviste la caja china, papá? . - ¿Qué caja, la del correo? No…, debe estar por ahí, en el garaje. ¿Por?
-Nada, nada, por nada, olvidate, le dije, y volví a bajar. En el sótano no había ni rastros de la caja, y cuando le fui a preguntar a mi madre -que tampoco sabía nada- mi hermana me dijo: -che Felipe, te estuvo sonando el teléfono todo este rato…

Cuando lo fui a ver tenía un mensaje de Fernández Comas, el profe, me decía que los carteles en chino decían “Material tóxico, mantener fuera del alcance de los niños”
Un poco más tarde, frente al espejo, noté en mi piel cierta coloración violácea con zonas de azul intenso y unos bultitos que se agrandaban y se achicaban como si algo desde adentro de mi cara quisiera emerger. Salí corriendo.

Mientras corría sentía crecer los bultitos y un sentimiento nuevo que no podría explicar, unas ganas enormes de algo, no sé qué, una urgencia.

Cuando llegué abajo vi que -increíblemente- la caja seguía estando en el mismo lugar que la primera vez, entonces me paré frente a ella y no dudé, con una mano abrí la tapa y con la otra agarré y besé a la criatura, la besé y la besé y la besé con desesperación, con pasión, diría, creo que con amor.


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Ex ce len te ... 
Gabriela , Playa Verde .

miércoles, 13 de agosto de 2025

Gulliver


por Yamandú Cuevas

A lo lejos se ve venir un barco. O irse. Vaya uno a saber. Lo más probable es que esté quieto, como todos los demás. Anclado. Cada noche que veo esa hilera de barcos en el horizonte me pregunto qué esperarán. Como no sé nada de barcos, ni de puertos, muchas veces termino imaginando que son las cuentas de un collar que se ha puesto la noche. Es medio un delirio, obvio, pero no sé, me gusta esa imagen. Tel vez porque me recuerda al collar de perlas falsas que mi vieja se ponía para ir al cine o al teatro. Ella se lo ponía como acto final de la fajina de maquillaje frente al espejo de vaivén. Me fascinaba verla empolvarse la cara, contener la respiración para embadurnarse las pestañas, la mueca que hacía para emparejarse la pintura de labios y ver la lluvia que generaba el atomizador del perfume.

En cambio, no me gustaba tanto que se fuera porque eso quería decir siempre una misma cosa, que me tenía que quedar con mi abuela Berta a jugar interminables partidas de escoba del quince y aburrirme como un hongo. Sin embargo aquella vez, por alguna razón que desconocía fue distinto.

-Te va a venir a cuidar Estelita -me dijo- te va a encantar. 
-Qué Estelita?, pregunté en tono de protesta.
-Dale, no seas tímido -insistió- Estelita es un amor. Portate bien con ella y hacele caso en todo lo que te diga, ¿sí? Y ya despidiéndose me zampó un beso recontra perfumado en la frente.

Estelita no sabía jugar a la escoba del quince, ni al culo sucio, ni siquiera al roba-montón, por suerte, pero leía Los viajes de Gulliver con una entonación como nunca nadie lo había hecho antes. Mientras ella leía yo miraba como se movía su boca, cómo se le llenaban los labios de pequeñas gotitas y la danza que hacía la punta de su lengua cuando pronunciaba las eses. Y cómo todo ese movimiento se expandía haciendo vibrar su cuello largo y blanco, blanquísimo. Y como ese cuello se esfumaba blusa abajo. Botón desprendido abajo.

No recuerdo que los viajes de Gulliver me hubieran generado tanto calor en la cara otras veces. Que me hiciera ver tiburones bajo un agua transparente llena de ramitos de flores estampadas, pulpos con puntillas, medusas que bucean por entre esas dos montañas pálidas y turgentes que parecen subir y bajar, subir y bajar, subir y bajar, casi con el mismo ritmo con el que me siento respirar ahora.


Comentarios


Yama! La verdad: una belleza!
MGM

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Una pluma muy sensible, me gusta
Ana María Etchessarry

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Hermoso ! 
Gabriela ,Playa Verde

martes, 5 de agosto de 2025

La cosa


por Yamandú Cuevas

Venía desde el fondo de los tiempos, desde el espacio infinito o desde el centro mismo de la tierra. Era un zumbido metálico, frío, un aroma a huesos molidos, a cajón podrido, a resaca de maremoto. Un aire húmedo y pastoso nos atravesaba y seguía rambla abajo hacia la punta de la escollera donde aparte del Gitano, el Fogata y su perro Moncho no había más nadie. El frío pegaba en la cara como latigazo de vara verde y las manos, de un rojo traslúcido concentrado en los nudillos se movían con absoluta torpeza, incapaces de atar un anzuelo, recoger el aparejo o sacar un cigarrillo de la caja. La niebla era tan cerrada que apenas se podía ver el agua pegando contra las piedras rompeolas y dos o tres gaviotas que flotaban como si no pasara nada.

Yo no había querido ir ese día. Un poco por cansancio y otro poco por ganas de quedarme en la cama, pero me jodieron tanto con el pique que al final fui. ¿A qué mierda me iba a quedar en el rancho, solo y sin nada que hacer? Antes de salir calenté un café viejo y me lo tomé negro nomás, sin nada. Parte porque me gusta así y parte porque no tenía un pedazo de galleta, ni nada.

Cuando llegamos a la rambla no estaba tan fulero, la niebla se veía venir pero nunca pensamos que se fuera a poner tan densa, tan impenetrable. Cuando estuvo encima nuestro todo se puso sombrío, en el muelle no volaba una mosca, ninguno hablaba. Apenas el Moncho se rascaba la oreja casi por compromiso. Yo estaba concentrado en mirar el vaivén de la olita contra las piedras, en la pequeña línea de espuma que se armaba en cada golpe y en cómo se desarmaba. En el ruidito también. Me hacía gracia, pensaba que cuando uno tiene que describir el sonido del mar nunca se acuerda del ruido de unas olitas de morondanga golpeando contra las piedras sino de grandes vientos y olas que estallan contra murallones.

Ahora se había puesto bravo, al frío polar había que sumarle la espesura de la niebla que nos empapaba el pelo, los bigotes y la ropa. Yo la escrutaba tratando de ver la baliza que señala el fin de la escollera pero no se veía nada, ni siquiera su luz intermitente.

Por hacer algo recogí la tanza del aparejo y volví a tirar parando la oreja para adivinar cuán lejos sonaba la plomada. Me encantaba sentir el sonido de la tanza desembarazándose de la lata, el siseo del hilo contra el metal y la pesa hundiéndose en el agua. Sin embargo esta vez no lo escuché. Fue raro. Nunca creí eso de que la niebla apaga los sonidos pero, podía ser. Uno nunca sabe.

Estaba en esos pensamientos y por apoyar la lata en el piso, por asegurarla contra la valija cuando percibí una presencia, un aire menos frío y húmedo que el de aquella mañana. Levanté la vista y no vi nada. Sin embargo sentí como que algo se había instalado al lado mío, entre la valija de pesca y yo. No podía asegurar que fuera una persona, tampoco un animal, pero sí algo que estaba vivo, que tenía calor y se movía. Estiré mi mano palpando el aire, como quien tantea en lo oscuro y  sentí algo mucho más corpóreo de lo que imaginaba, algo constituido como de una gelatina tibia y transparente que se desgranaba a medida que subía y baja la mano por adentro suyo. Este acto espontáneo, casi involuntario, generó en la presencia un leve temblor que me hizo creer que aquello le gustaba. Por lo menos no parecía incomodarle, así que por las dudas seguí, mientras, empezaba a notar que en la gelatina había unos puntitos minúsculos similares a las pequeñas grajeas que las tías le ponían a mis tortas de cumpleaños. Puntitos de colores que -según donde estuviese mi mano- se ponían más juntos y más cálidos, en una danza elíptica que no podía dejar de mirar. Cuando probé a hacer lo mismo también con la otra mano la presencia volvió a vibrar y creció dejando un espacio hueco en medio de la niebla. Ahora la danza de puntos cálidos alrededor de mis manos empezó a hacerse más dinámica, más luminosa y pude comprobar que si movía las manos más rápido el hueco en la niebla se agrandaba mientras el aire que quedaba dibujándola se hacía más claro, límpido y despejado.

Al cabo de unos minutos me encontré completamente dentro del hueco de la niebla agitando las manos como un director de orquesta. Un hueco sin forma fija que se expandía y se contraía a un ritmo cada vez más excitante y vertiginoso. Ahora los puntos eran surcos luminosos orbitándome a toda velocidad y el espacio libre de niebla una especie de burbuja jadeante que no paraba de latir y crecer.

Sudoroso, agitado y agotado, intentando darle final a aquel acto cerré los ojos, alcé mis manos al cielo estirando los dedos todo lo que pude dejando esa pose en suspenso por segundos que parecieron siglos de chispazos convulsivos, hasta que los bajé de golpe en un claro gesto de final de función.

Cuando abrí los ojos la mañana era perfecta, límpida, y en el celeste del cielo impoluto brillaba un sol que me entibiaba la cara y acunaba el sueño plácido del Moncho contra las valijas de pesca.


Comentarios


Muy buen relato, felicitaciones a Yamandu.
Ana María Etchessarry (Aniuk de Piria)

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Buenísimo!!! Gracias Yamandú
Daniel Núñez

martes, 29 de julio de 2025

El premio


por Yamandú Cuevas

La distancia que tiene que haber entre el asiento de la bici y los pedales debe ser la de la pierna del ciclista completamente estirada, pero en mi caso eso no se podía cumplir, no por las características de la bicicleta sino por el excesivo largo de mis piernas, así que la pedaleada era por lo menos, forzada.

Cuando mis amigos me invitaron a ir hasta el puerto a ver los yates me pareció mucho mejor idea que la de subir aquella montaña, el día estaba soleado y yo no tenía otra cosa mejor que hacer.

La brisa era leve y traía un aroma dulce, probablemente de los campos floridos que vi cuando llegué. El grupo de ciclistas era variopinto pero por el ritmo de la pedaleada se notaba que salían a menudo. Mientras avanzábamos me iban haciendo de guías turísticos señalándome con el brazo extendido una u otra rareza del paisaje, una u otra particularidad arquitectónica, pero siempre sin parar, a buen ritmo de bicicleta.

Cuando habíamos hecho un par de kilómetros me di cuenta que aquellos zapatos para subir montañas no eran los más indicados para la ocasión y que la camisa leñadora me empezaba a dar algo de picazón en el cuello. No es que hubiera muchas subidas, pero el solcito picaba un poco y con el pedaleo, las pulsaciones y la temperatura corporal se hacían sentir.

Yo avanzaba intentando no ser el último todo el tiempo y disimulando el esfuerzo con mi mejor cara de perro alegre, pero el cigarro y la falta de ejercicio no me dejaban mucha opción. Después del cuarto o quinto kilómetro me relajé, acepté que mi lugar en el grupo era la retaguardia y sólo traté de no quedar demasiado rezagado.

-¿Estás cansado Pablo? Mirá que cuando quieras paramos, ¿eh?. Avisanos.

-No, no, voy fenómeno, mentí.

Después de todo no estaba tan mal ir último. Esa posición me permitía observar la cadencia de movimientos de la cadera de Laurita, la hermana menor de Agustín, el amigo que me hospedaba. En los repechitos, cuando ella tenía que elevarse levemente del asiento para afirmarse en los pedales me felicitaba por la idea de haber aceptado la invitación, aunque a decir verdad, cada vez la veía desde más lejos porque mi cansancio fue creciendo de forma indisimulable.

Por más que en un mínimo alto había logrado atarme la camisa leñadora a la cintura, las medias de lana gruesa que me había puesto por si subíamos a la montaña me estaban empapando los pies y mi nuca era una sopa espesa que descendía por mi espalda con rumbo al asiento de la bici, que parecía de plomo.

-Ánimo Pablo que sólo nos faltan tres kilómetros! me gritó Agustín desde la punta de aquel pelotón tontamente alegre y distendido.

¿Cómo tres? Pensé. ¿Habré escuchado bien? Yo ya estaba para tirar la toalla cuando rebajando la velocidad y dándose cuenta de mi falta de estado Laurita se me emparejó.

-Venís bien Pablo?

Iba a responderle una mentira, pero las huellas que la transpiración le dejaba en la remera resaltándole los pechos, hicieron que mi concentración desapareciera y la bici se me fuera contra la cuneta. Me hice mierda, me di la cabeza contra una piedra.

De todo eso me enteré en la casa de Agustín, cuando abrí los ojos.

La bolsa en la cabeza: helada, la vergüenza en mis mejillas: caliente, y la mano de Laurita acariciando piadosamente la mía: el premio.


Comentarios


Excelente . 
Gabriela , Playa verde .

miércoles, 26 de marzo de 2025

La Galanga Cultural


Entre ¡La Galanga es cultura! hasta un ¡Qué país generoso! hay un pequeño paso que pocos se han animado a dar. 
En nuestra Galanga hemos tenido gran cantidad gran de Editores y Responsables (editores irresponsables) que escribieron, dibujaron, hablaron y cantaron por el solo y mero hecho de divertirse.
También tuvimos varios que ya habían publicado libros o que habían sido oradores de TEX. Varios fueron catapultados al éxito por nuestro magro libelo y terminaron escribiendo poemas entre parto y parto o hacedores de podcast de Jazz mientras no lo elegían Profesor Emérito de una Universidad allá en el lejano norte o cosas así.


Hoy nos vamos a encargar de un tal Yamandú Cuevas.
El muy pillo (de los pocos pillos que no son pálidos) se había retirado a Playa Verde con el solo fin de esquilmar incautos que se acercaban a su Taller a aprender a recortar figuras de las revistas.
Allí conoció a alguno de los trillizos Gurméndez quienes, tratando de mantener La Galanga con presupuesto 0, le invitan a dibujar o escribir o hacer collages o hacer un asado. Daba igual.
Este pillo, usando de plataforma de lanzamiento a nuestra Galanga bajo varios seudónimos, pasó a integrar con uno de sus cuentos la recopilación Delitos menores de Pablo Silva Olazábal y Marcos Robledo (123 autores que le escribieron un libro a estos dos sin haberse dado cuenta).
La cuestión es que el viernes 28 a las 19:00 lo presentan en Lo de Molina (Tristán Narvaja 1578 entre Colonia y Mercedes de la capital nacional).

Sumemos nuestros votos de éxito y gritemos fuerte ¡Qué país generoso!

MGM

Si querés leer a Yamandú Cuevas
más vale leé La Galanga


Comentarios


¡ Qué bueno! Éxitos!
Silvia Barzi

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Felicitaciones a Verdecito! Enhorabuena! O en mala hora, según como sea.
Tano

viernes, 20 de septiembre de 2024

Silvia


por Yamandú Cuevas

Cuando ella me habla y yo no quiero escucharla, me refugio en un estado mental como una casa a la que por más que le tape hasta la última hendija se le cuela el chiflete invernal. No hay persiana, ni chorizo de arena, ni polyfom, ni burlete que pueda impedir que su voz chillona penetre hasta mi zona más inestable. En vano cierro, tapo y obturo toda ranura, toda luz que por pequeña que sea, se cuela, se filtra moviendo las telarañas sucias y las cortinas. Iba a decir que no hay forma de no verla, pero debo decir que no hay forma de no oírla.

Ayer mismo me contaba que venía desde el centro, que había pasado por la tienda a ver unos pantalones de abrigo que le gustaban pero que no había talle, o color, y algo que le dijo Marucha (o Marcia) no sé bien. Y que la había llamado Raquel por no sé qué y para preguntarle qué vacunas tenía que darle al perro.

Yo hacía que la escuchaba pero apenas si captaba algunos retazos del monólogo. La mesa estaba servida y los platos humeantes. Me concentré en hacer círculos sobre el cuadriculado del mantel. La leve presión de la punta del cuchillo dejaba una marca que durante algunos segundos era visible pero que se esfumaba cuando empezaba a hacer otro adentro, de modo que para hacer tres al hilo debía apurarme. El tema era que si me apuraba ella se iba a dar cuenta que estaba ido. Me diría que ahí estás de nuevo ignorándome olímpicamente y todo lo demás que seguiría inexorablemente. Así que dejé de dibujar y me quedé sosteniendo el cuchillo apenas dejándolo caer verticalmente por su peso hasta que marcara un puntito en el mantel. Entonces el juego fue ver cómo volvía a caer en el mismo sitio redibujando la huella antes que desapareciera del todo. Así una, dos, diez veces mientras ella seguía hablando.

Unos segundos antes de “¿Vos me estás escuchando Joaquín?” sentí cierto agrado en el tacto del mango del cuchillo. No era necesariamente pesado pero se dejaba empuñar. Había algo en el torneado que lo hacía calzar perfectamente cuando cerraba el puño. Además de esa forma el punto quedaba más nítido, más definido. Tenía la sensación de que si presionaba un poquitito más, la superficie tensa iba a ceder. Presioné en el centro, contra un rosa pálido que cedió por fin y al retirar el cuchillo apareció un puntito líquido, viscoso y brillante que me empujó a presionar de nuevo con la punta del cuchillo, pero esta vez queriendo abrir el punto.

Debí presionar más fuerte de lo esperado porque la tensión cedió de golpe y la superficie se liberó por completo permitiendo que el líquido brotara libremente formando un círculo perfecto. Era imposible apartar la vista, dejar de mirar el crecimiento de la mancha que ahora se expandía desordenadamente avanzando hacia mi plato y desbordándose también por el otro lado de la mesa. Me pareció sentir un sonido agudo desde alguna parte pero no quería escucharlo, sólo quería ver el torrente que fluía cayendo por el mantel de hule en una hermosa cascada, con sus primeras gotas en el piso encimándose unas a otras hasta verlas formar el inmenso charco de sangre en el que me miraba Silvia.


Silvia.
Collage analógico. Proyecto La Agenda, página 97 (detalle).
Pos-producido en Photoshop C25.


Comentarios

Muy bueno, aunque previsible. Hay veces que dan ganas de agarrársela hasta con el mantel. Configuraría un mantelicidio?.
Flaco

        Configuraría, sí, cómo no?!
        Yamandú Cuevas


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viernes, 13 de septiembre de 2024

Nunca se había visto algo así


por Yamandú Cuevas

Todos corríamos para cualquier lado tratando de guarecernos de las ráfagas de las metralletas que sonaban más  parecido a la cuerda de un patito de lata que a los ruidos con que aparecían en la televisión. Ramiro logró subirse a un ómnibus que pasaba con las puertas abiertas y yo corrí como loco y sin mirar. Nunca se había visto algo así. Aquello era una masacre, una locura. Cuando me pareció que ya nadie me seguía me tiré atrás del murito petizo de la parroquia, el mismo lugar donde me escondía cuando jugábamos a la escondida. Caí boca abajo y apenas me di vuelta vi al soldado. Un disparo corto de metralleta me dio en medio de la panza. Creo que fueron tres balas, o cuatro, no importa, lo cierto es que dolieron como nunca nada antes. Llegué a cubrirme el vientre con las manos pero como acto reflejo porque las balas ya me habían perforado dejando un olor a pólvora quemada o a algo podrido, no sé.

La sangre surgía a borbotones bajando espesa para correr vereda abajo por las ranuras de las baldosas. Cuando levanté la vista el milico ya había apartado la suya y salía atrás de otro manifestante. Miré para arriba preguntándome algo que seguro no me responderían ni el cielo celeste, ni las gaviotas que planeaban allá arriba ni la punta de los cipreses. Aquel no era un buen lugar, nunca lo había sido, pero no hubo opción. No sé por qué pensé en mi cuarto, en mi cama, en la carátula del Sgt. Peppers, y en el monito a cuerda. Quizás sólo para ocupar la mente en otra cosa, para sacarla del terror de las balas de verdad, de los gritos, del miedo que me había empapado los pantalones. Tal vez como siempre en ese lugar, lo único que se podía hacer era cerrar los ojos, aguzar el oído, y esperar ser librado por todos los compañeros.


Nunca se había visto algo así.
Ilustración en técnica mixta sobre papel.
Proyecto La Agenda, página 111, pos-producida en Photoshop C25.
Yamandú Cuevas.

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Impactante! No conocía el blog de Yamandú Cuevas. A partir de este artículo lo agendé. Muchas gracias Galanga!
Carlos Borelli

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Estremecedor
Anónimo

lunes, 29 de julio de 2024

Uruguay es el mejor país! (4)

Hablar de un/a uruguayo/a que se precie de tal es hablar del mate (vea acá la importancia del mate https://lagalanga.blogspot.com/2013/06/el-mate.html en un artículo publicado en el lejano 2013). Pero como ha quedado recientemente demostrado es también hablar de las habilidades innatas que se tiene ara reparar cosas con Leuco, un alambre, el resorte de una lapicera o los ganchitos de una engrampadora.
Por más datos busque en  https://lagalanga.blogspot.com/search/label/Uruguay%20es%20el%20mejor%20pa%C3%ADs%21 
Así que hoy traemos, desde la receptiva Playa Verde, el testimonio de Yamandú Cuevas, dueño del susodicho mate de unos 20 años de edad; con caída desde altura desproporcionada hace unos 15 años con fractura de calota reparada con ganchitos; reiteración del traspié con nueva fractura hace 10 años y nueva reparación. Y el mate, tan campante, sigue siendo el protagonista principal de la mateada.


Seguimos (y seguiremos) recibiendo sus propias experiencias por el Guá-Sá o por el correo electrónico  lagalanga.llena@gmail.com  acompañada del nombre a alias del enviante. ¡La columna empezada por Bisectriz Gurméndez promete!

Comentarios


Muy bueno!
Anónimo

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Lo importante es reparar fracturas: el mate, un brazo, una moto, un juguete; en fin, tratar de reparar todo y lo importante es que siga en actividad, así como también la política, compañeros!!!
15 años no es nada comparados con los 90.
170 años de gobiernos anteriores que en definitiva no repararon nada sino que enseñaron corrupción y depravación.
El Oso Martín de Punta Colorada


lunes, 13 de mayo de 2024

Negro


Yamandú Cuevas (Verdecito) además de ser un laborioso vecino de Playa Verde es un exquisito dibujante, pintor, collagista y escritor.

A La Galanga le ha dado vida desde sus imágenes hasta con sus prosas.

Es por eso que desde aquí les pasamos a todos los galangueros la noticia que hoy lunes 13 se inaugura la exposición "Cola, papel y tijera" en la Biblioteca Central de Educación Secundaria (Eduardo Acevedo 1427 Piso 1) a las 17:00 hs. 

Podrá visitarse de lunes a viernes de 10:00 a 17:00 hasta el 28 de junio.

Ahora sí, el cuento de Yamandú.


Negro



por Yamandú Cuevas

La clase de pintura sucedía en un salón descascarado, frío y mucho menos iluminado de lo que se necesitaba para poder pintar algo mínimamente decente, pero el profesor así lo exigía. El modelo era una jarra de loza blanca, un cubo de yeso y una espátula de plástico también blanca, todo compuesto sobre una tela del mismo color. El desafío era captar y representar las sutilezas tonales trabajando sólo con blanco y negro. 

El clima era de concentración. Todos nos afanábamos en armar bien la paleta, en fondear el cartón y plantear correctamente los volúmenes en el plano. Había algo de tensión. Algunos delineaban muy suavemente las figuras con lápiz mientras que otros emprendíamos el trabajo con los pinceles.

A poco de empezar se me cayó una gota de negro sobre el cartón blanco. Si la hubiera raspado con la espátula enseguida no hubiera sido grave. Pero la mancha tenía una forma rara. Era como un ángel negro o como un demonio medio gordo con unas garritas finas y largas. Le descubrí ojos, cuernos y hasta cierta textura en la piel. No pude evitar la tentación y alargándole una protuberancia que le aparecía entre los labios le hice escupir otro poco de negro hacia la zona más gris y rugosa del cartón que como todavía estaba húmeda se abrió en una pequeña explosión. Ahí sí apliqué la espátula a ver qué pasaba al mezclarla con el gris de abajo. No fue sencillo. Apareció otro ser, más chico pero más temible e indefinido que enseguida le tiró un escupitajo gris al demonio negro. Un gris raspado que en su trayecto dejaba un rastro de blanco sucio que terminaba justo en la frente de su contrincante. La cosa iba y venía. Aquello era un caos, los demonios se salpicaban sin control expandiéndose por toda la superficie y generando un orden propio dentro del desorden.

 

Desde atrás de la jarra de loza blanca planteada en mi tablero, saltó una especie de langosta de tinta negra que empezó a devorarlo todo: cubo, espátula y tela. Cuando hubo acabado de engullirse el cartón siguió por la tabla y mi atril. Antes que siguiera por mi buzo de lana y tal vez por mi propio cuerpo y todo lo demás, la aplasté de un carpetazo que vino a salpicar a mis compañeros cercanos, a la mesa y a la pared blanca sobre la que fue a caer una gota de negro. Si la hubiera raspado con la espátula enseguida no hubiera sido grave. Pero la mancha tenía una forma rara…



Comentarios


Impresionante!!!!!
Anónimo

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Muy bueno.
Meri

sábado, 4 de mayo de 2024

Cortito


por Yamandú Cuevas

Cuando se hizo popular el latiguillo que utiliza Mirtha Legrand al despedirse de su programa se me antojó un síndorme. Ella dice “Si te ven bien, te tratan bien, si te ven mal, te tratan mal”. Atenti queridos amigos, esto, entre otras muchas cosas quiere decir “si estás mal, viejo, bancátela, a mi no me vengas”. Parece que vivimos un tiempo donde debemos ser infaliblemente felices y si por algún motivo no lo estamos (se nos muere el perro, la abuela o nos abandona el amor) debemos disimularlo, estar como en el reclame de Colgate, siempre sonrientes. Es cierto que nadie prefiere a los mufas, pero si el mufa es un amigo, yo prefiero ayudarlo que borrarlo. Y volver al latiguillo aquel que rezaba “En las buenas y en las malas”.

jueves, 25 de abril de 2024

Ring


por Yamandú Cuevas

Anoche soñé que estaba en mi rincón del cuadrilátero y sonaba la campana que abría el primer round contra el mismísmo Mohamed Alí que estaba con su shorcito a rayas rojas y todo. No había avanzado un metro cuando Cassius Clay me encajaba una piña de esas que cuando las pasan en cámara lenta ves como se te arruga hasta la oreja y chau, me fui a la lona, caí como bolsa de portland, y cuando el árbitro iba por dos yo ya estaba tan pero tan dormido que no me pude levantar nunca más. Por eso llegué tarde.


Comentarios


Genial
Daniel Núñez

        Gracias Daniel
        Yamandú Cuevas

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Muy bueno!
Silvia Barzi

        Gracias Silvia
        Yamandú Cuevas

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Notable, realmente!!!
Pepe

        Gracias Felix
        Yamandú Cuevas

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Muy bueno !!
Anónimo

        Gracias 
        Yamandú Cuevas

martes, 16 de abril de 2024

Raro


por Yamandú Cuevas

Cada vez que tiro un dado redondo me sale un once. Para mí que esa cancha está en bajada. El otro día jugando con Julio me ganó el bollón entero de bolitas de naftalina. A la vieja de Julio le gustan mucho. Cada vez que come una se para arriba del banquito verde y canta como Mercedes Sosa, pero en rumano. En cambio ayer, que no hubo viento, después de tanto me salió un cinco. Lo raro es que me salió de la oreja izquierda. Digo raro porque había alerta amarilla y el número era verde.

lunes, 15 de abril de 2024

Qué nos dicen las imágenes

Dos de nuestros movedizos Editores y Responsables (editores irresponsables) se dedican a mostrar lo que nos dicen las imágenes fotográficas.
Cualquier abombado sabe que Una imagen vale por mil palabras. Pero si le ponés un globito vale por más de mil palabras.
Acá están el Gurru y nuestro ubicuo fotógrafo.













martes, 9 de abril de 2024

Un sueño

Hoy traemos una nueva colección literaria.
Se tratan de Los Cuentos Cortos que el Yama escribe y hace circular entre vosotros.
Esta vez:


Un sueño


por Yamandú Cuevas

Soy Marco, el gladiador de Todos los fuegos el fuegoy estoy en plena lucha con el gigante nubio. Tengo una espada en la mano y un deseo superviviente: encontrar el instante preciso de decapitarlo. Con las piernas flexionadas y con pasos cortos me desplazo hacia la derecha buscando el hueco, midiendo la distancia. El sol que hace hervir la arena y el griterío en las plateas no importan. Girando y girando, en el segundo preciso en que la red del nubio ha partido volando hacia mí, descubro el flanco abierto de su cuello empapado. Todo está a punto de hacerse descarga violenta de mi espada contra el cuello del nubio cuando un peso traba mi premeditado movimiento. Mientras la red del gigante sigue su curso miro mi mano entorpecida que no puede levantarse porque de ella cuelga, tomada por los pelos y pesada como un muerto, la cabeza del nubio que estoy por cortar.


Cuento de Julio Cortázar.

Comentarios


Muy ,muy bueno...gracias Daniel...ernesto el chico...🤣

lunes, 11 de marzo de 2024

Las pantuflas


por Yamandú Cuevas

Me despierto infinidad de veces en la noche. Siempre fui de dormir a los saltos. Si Alicia estuviera despierta ahora acotaría que literalmente a los saltos porque los pocos momentos que estoy dormido pataleo como si soñara que corro la vuelta ciclista. Cuando me despierto, para molestar lo menos posible camino sin hacer ruido y no prendo la luz porque tampoco hace falta, conozco la casa de memoria. Una de las primeras cosas que hago en esas levantadas es jugar a colocar los pies en las pantuflas sin errarle un milímetro y la verdad es que lo logro la mayor parte de las veces.

Anoche no fue el caso, porque no sólo no le emboqué de primera, ni de segunda, ni de tercera sino que increíblemente las pantuflas parecían no estar cerca. Iba a prender la luz pero escuché el ronquidito suave de Alicia y me dio no se qué. -No pueden estar muy lejos - pensé, mientras ya con las manos tanteaba el piso en lugares en los que seguro no las podría haber puesto. ¿Será que anoche les dejé en el baño? ¡Pero no! Si me vine a acostar con ellas puestas… 

Siempre con la idea de no molestar agarré el teléfono para alumbrarme con la linternita pero resulta que debo haberme olvidado de dejarlo enchufado porque estaba tan descargado, que ni prendía. Eso me llamó mucho menos la atención que comprobar que la luz de la portátil tampoco prendía. -¿Pero qué está pasando acá? - pensé -, debe ser esta portátil de mierda, no sé por qué no me decido a tirarla de una vez. 

Finalmente me levanté descalzo, después de todo el piso es de parqué y apenas voy hasta el baño, así que voy y listo, y de paso prendo la luz del patio a ver si con el resplandor logro encontrar las pantuflas, que andá a saber dónde las puse. 

Cuando llegué a la llave de luz del patio y tampoco prendió me di cuenta que, o había apagón general, o había saltado la llave general, en cualquier caso, sin carga en el teléfono no podía solucionar nada de eso, así que seguí disfrutando la textura del parqué -mucho menos frío de lo que hubiera imaginado- bajo mis pies.

-Cuando entre al baño no va a ser lo mismo, en el piso de monolítico te quiero ver Jorgito -me dije- mientras buscaba el picaporte redondo que por alguna extraña razón se negaba a aparecer. Deslicé mi mano sobre la ranurita que se arma entre el borde de la puerta y el marco más o menos a la altura donde debería estar el pestillo, pero nada. -No puedo estar tan confundido, si este es el baño, y no cabe la posibilidad que no lo sea, el pestillo tiene que estar acá…, pero bueno…, a ver, intentemos otra cosa… 

Continué deslizando la mano hacia arriba por la misma ranura pero recorriendo todo el perímetro de la puerta, hasta que a la altura del pestillo, pero sobre el lado derecho, encuentro un hueco perfectamente circular como si allí hubiese habido un pestillo o fuera a haberlo pronto. Apenas lo toqué, se oyó un pequeño chasquidito metálico y la puerta se abrió. Adentro estaba tan oscuro como afuera y el piso no era de monolítico frío, por el contrario era completamente rugoso, áspero y accidentado y bastante caliente, como si estuviese pisando las brasas que quedan en el parrillero antes que se apaguen del todo. Entre el susto y la mala pisada trastabillé y di una sucesión de pasos largos y torpes mientras batía los brazos para tratar de no caerme. Cuando recobré el equilibrio me quedé quieto unos segundos tratando de ver algo en medio de la oscuridad. Por lo general, al cabo de unos segundos tendría que estar captando el reflejo de algún rayo de luz sobre el perfil del mueblecito de las toallas, o sobre el espejo oval, pero pasaba el tiempo y nada se perfilaba o se insinuaba siquiera. Tampoco pude permanecer mucho más así porque las ganas de mear crecían y yo necesitaba encontrar el wáter, así que empecé a caminar en la dirección que suponía encontrarlo, desplazando los pies al ras de las brasas semi apagadas tratando de detectar el camino más recto, pero también menos caliente. Cuando por mis cálculos estaba a pocos centímetros una tela leve me rozó la cara, -¿pero cómo?, si la ducha está para el otro lado…, ¿O será la cortina de la ventana? Volví a detenerme, estiré la mano buscando la tela. Cuando la encontré la palpé y pude sentir que era rugosa, tal vez estampada con dibujos en relieve de una figura medio redonda y repetida que no podía descifrar. Hubiera jurado que eran caritas de demonios, pero eso no se usa en las cortinas de baño así que seguí tanteando, si había cortina, tenía que haber barrote y todo barrote termina en una pared; menos este, que además de flexible, estaba helado y no llevaba a ninguna pared, sino a un espacio que se hacía cada vez más angosto y en el que el techo empezaba a bajar y me obligaba a seguir la marcha agachándome como si fuese un mono. -Esto es ridículo, ¿para qué voy a seguir agarrado a este barrote si seguro el inodoro queda para el otro lado? Además, si no desagoto ya,  me voy a mear encima.

Con el orín, además del clásico ruido del líquido al estallar contra las brasas, se desprendió un humo de olor pestilente, como de gato muerto hace varios días que me provocó una arcada profunda y seca que apenas arrojó una puteada corta, una tos convulsiva que no fue más que eso, pero que resonó en el espacio con un eco largo. Me quedé quieto escuchando hasta que la última repetición de la tos se perdió en la lejanía. -¡Hola! -ensayé para explorar- pero mi voz salía como ralentada, gruesa y ridículamente siniestra y además, no produjo eco. -¡Yo me voy de acá! -me dije- Y  volví a estirar un pie tanteando el piso que ahora empezaba a subir de temperatura, después avancé con el otro. Estaba por dar el siguiente paso cuando mis manos tocaron la inconfundible forma de un marco, la madera de una puerta y un poco más abajo -esta vez sí- un pestillo. Abrí la puerta y pasé a una habitación que -no cabía duda- era mi dormitorio. Con todo el cuidado del mundo fui tanteando el perímetro de la cama hasta que cuando por fin encontré mi lugar, me acosté y me dormí, pero pasada media hora me volví a despertar. Cuando comprobé que todo estaba bien suspiré aliviado y bajé los pies de la cama para jugar a colocar los pies en las pantuflas sin errarle un milímetro. Pero anoche no fue el caso, porque no sólo no le emboqué de primera, ni de segunda, ni de tercera sino que increíblemente las pantuflas parecían no estar ni cerca…

Dibujo a tiza sobre pizarrón. Medidas variables. 2024. Yamandú Cuevas

Comentarios


Buenísimo
Anónimo

        Gracias
        Yamandú Cuevas

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Muy bueno, muy muy bueno. Me recuerda las pesadilla de Mario Levrero
Odoacro

        Es que Levrero es una referencia ineludible, el menos para mi. Un grande el Mario. Gracias, Daniel! Para uno que es un simple escribidor, todo comentario es una alegría.
        Yamandú Cuevas