por Yamandú Cuevas
Me despierto infinidad de veces en la noche. Siempre fui de
dormir a los saltos. Si Alicia estuviera despierta ahora acotaría que
literalmente a los saltos porque los pocos momentos que estoy dormido pataleo
como si soñara que corro la vuelta ciclista. Cuando me despierto, para molestar
lo menos posible camino sin hacer ruido y no prendo la luz porque tampoco hace
falta, conozco la casa de memoria. Una de las primeras cosas que hago en esas
levantadas es jugar a colocar los pies en las pantuflas sin errarle un
milímetro y la verdad es que lo logro la mayor parte de las veces.
Anoche no fue el caso, porque no sólo no le emboqué de
primera, ni de segunda, ni de tercera sino que increíblemente las pantuflas
parecían no estar cerca. Iba a prender la luz pero escuché el ronquidito suave
de Alicia y me dio no se qué. -No pueden estar muy lejos - pensé, mientras ya
con las manos tanteaba el piso en lugares en los que seguro no las podría haber
puesto. ¿Será que anoche les dejé en el baño? ¡Pero no! Si me vine a acostar
con ellas puestas…
Siempre con la idea de no molestar agarré el teléfono para
alumbrarme con la linternita pero resulta que debo haberme olvidado de dejarlo
enchufado porque estaba tan descargado, que ni prendía. Eso me llamó mucho
menos la atención que comprobar que la luz de la portátil tampoco prendía.
-¿Pero qué está pasando acá? - pensé -, debe ser esta portátil de mierda, no sé
por qué no me decido a tirarla de una vez.
Finalmente me levanté descalzo, después de todo el piso es
de parqué y apenas voy hasta el baño, así que voy y listo, y de paso prendo la
luz del patio a ver si con el resplandor logro encontrar las pantuflas, que
andá a saber dónde las puse.
Cuando llegué a la llave de luz del patio y tampoco prendió
me di cuenta que, o había apagón general, o había saltado la llave general, en
cualquier caso, sin carga en el teléfono no podía solucionar nada de eso, así
que seguí disfrutando la textura del parqué -mucho menos frío de lo que hubiera
imaginado- bajo mis pies.
-Cuando entre al baño no va a ser lo mismo, en el piso de
monolítico te quiero ver Jorgito -me dije- mientras buscaba el picaporte
redondo que por alguna extraña razón se negaba a aparecer. Deslicé mi mano
sobre la ranurita que se arma entre el borde de la puerta y el marco más o
menos a la altura donde debería estar el pestillo, pero nada. -No puedo estar
tan confundido, si este es el baño, y no cabe la posibilidad que no lo sea, el
pestillo tiene que estar acá…, pero bueno…, a ver, intentemos otra cosa…
Continué deslizando la mano hacia arriba por la misma ranura
pero recorriendo todo el perímetro de la puerta, hasta que a la altura del
pestillo, pero sobre el lado derecho, encuentro un hueco perfectamente circular
como si allí hubiese habido un pestillo o fuera a haberlo pronto. Apenas lo
toqué, se oyó un pequeño chasquidito metálico y la puerta se abrió. Adentro estaba
tan oscuro como afuera y el piso no era de monolítico frío, por el contrario
era completamente rugoso, áspero y accidentado y bastante caliente, como si
estuviese pisando las brasas que quedan en el parrillero antes que se apaguen
del todo. Entre el susto y la mala pisada trastabillé y di una sucesión de
pasos largos y torpes mientras batía los brazos para tratar de no caerme.
Cuando recobré el equilibrio me quedé quieto unos segundos tratando de ver algo
en medio de la oscuridad. Por lo general, al cabo de unos segundos tendría que
estar captando el reflejo de algún rayo de luz sobre el perfil del mueblecito
de las toallas, o sobre el espejo oval, pero pasaba el tiempo y nada se
perfilaba o se insinuaba siquiera. Tampoco pude permanecer mucho más así porque
las ganas de mear crecían y yo necesitaba encontrar el wáter, así que empecé a
caminar en la dirección que suponía encontrarlo, desplazando los pies al ras de
las brasas semi apagadas tratando de detectar el camino más recto, pero también
menos caliente. Cuando por mis cálculos estaba a pocos centímetros una tela
leve me rozó la cara, -¿pero cómo?, si la ducha está para el otro lado…, ¿O
será la cortina de la ventana? Volví a detenerme, estiré la mano buscando la
tela. Cuando la encontré la palpé y pude sentir que era rugosa, tal vez
estampada con dibujos en relieve de una figura medio redonda y repetida que no
podía descifrar. Hubiera jurado que eran caritas de demonios, pero eso no se
usa en las cortinas de baño así que seguí tanteando, si había cortina, tenía
que haber barrote y todo barrote termina en una pared; menos este, que además
de flexible, estaba helado y no llevaba a ninguna pared, sino a un espacio que
se hacía cada vez más angosto y en el que el techo empezaba a bajar y me
obligaba a seguir la marcha agachándome como si fuese un mono. -Esto es
ridículo, ¿para qué voy a seguir agarrado a este barrote si seguro el inodoro
queda para el otro lado? Además, si no desagoto ya, me voy a mear encima.
Con el orín, además del clásico ruido del líquido al
estallar contra las brasas, se desprendió un humo de olor pestilente, como de
gato muerto hace varios días que me provocó una arcada profunda y seca que
apenas arrojó una puteada corta, una tos convulsiva que no fue más que eso,
pero que resonó en el espacio con un eco largo. Me quedé quieto escuchando
hasta que la última repetición de la tos se perdió en la lejanía. -¡Hola!
-ensayé para explorar- pero mi voz salía como ralentada, gruesa y ridículamente
siniestra y además, no produjo eco. -¡Yo me voy de acá! -me dije- Y volví
a estirar un pie tanteando el piso que ahora empezaba a subir de temperatura,
después avancé con el otro. Estaba por dar el siguiente paso cuando mis
manos tocaron la inconfundible forma de un marco, la madera de una puerta y un
poco más abajo -esta vez sí- un pestillo. Abrí la puerta y pasé a una
habitación que -no cabía duda- era mi dormitorio. Con todo el cuidado del mundo
fui tanteando el perímetro de la cama hasta que cuando por fin encontré mi
lugar, me acosté y me dormí, pero pasada media hora me volví a despertar.
Cuando comprobé que todo estaba bien suspiré aliviado y bajé los pies de la
cama para jugar a colocar los pies en las pantuflas sin errarle un milímetro.
Pero anoche no fue el caso, porque no sólo no le emboqué de primera, ni de
segunda, ni de tercera sino que increíblemente las pantuflas parecían no estar
ni cerca…
Odoacro
Buenísimo.
ResponderEliminarGracias!
EliminarMuy bueno, muy muy bueno. Me recuerda las pesadilla de Mario Levrero
ResponderEliminarEs que Levrero es una referencia ineludible, el menos para mi. Un grande el Mario. Gracias, Daniel! Para uno que es un simple escribidor, todo comentario es una alegría.
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