por Yamandú Cuevas
- Vos no me vas a poder creer pero cuando yo tenía cinco años, una vez me perdí en el jardín de mi casa. Fue una locura porque no me perdí así nomás, no te vayas a pensar, yo me perdí por alguna razón que mucho después vine a descubrir. Un día, mientras jugaba a la pelota en el pasto me achiqué. Así me achiqué: ¡pim, pim, pim! Pasé de tamaño grande a hormiga en 3 segundos. El susto que me pegué no te hacés una idea. ¡Mamita! De pronto todo era gigante, el pasto más chiquito era más alto que una casa y un San Antonio de esos que tienen pintitas blancas en el lomo, del tamaño de un tiranosaurio Rex. ¡Mamá! grité. ¡Mamá, mamá, mamá! Seguí gritando con todas mis fuerzas pero claro, mi madre que estaba en la cocina haciendo una torta de chocolate con dulce de leche y decorada con pastillitas m&m, como a mí me gusta, nunca iba a oírme. Así que para no destrozarme la garganta dejé de gritar y traté de ver qué podía hacer. Aquello era una verdadera jungla, no te podés imaginar la de bichos microscópicos, pero gigantes en ese momento, que hay en el pasto. El primero que vi ya me asustó muchísimo, era una especie de cascarudo tamaño elefante, entre blanco y transparente, y transpiraba gotitas de un líquido que se iba pegoteando a todo. Me pareció que ese bicho era un pulgón de los que mi abuelo mata con una fumigadora y por las dudas corrí y me escondí debajo de una montaña roja y amarilla que después vine a darme cuenta era un brazo del hombre araña que había perdido hacía como un año. Bueno, yo estaba ahí abajo, ¿no? Pensando qué iba a hacer y con ganas de llorar. Lo que pasa es que si me ponía a llorar iba a ser al pedo, nadie me iba a escuchar así que -como te digo- traté de pensar en algo, en como agrandarme, o cómo salir de ahí. Enseguida me di cuenta que lo más seguro sería llegar hasta el deck de madera que, para empezar, el lado de arriba (si llegaba a poder subirme) es mucho más liso y que, si lloviera, abajo seguro me podría resguardar. Después me acordé que ese es el lugar preferido de las lombrices gordas, las rojas que tiene como un anillo en el medio, ¿viste? Las que son asquerosas y medio bobas, pero igual enfilé como para ese lado porque algo tenía que hacer. Bueno, la cuestión es que arranqué y no debo haber avanzado, que se yo, ni diez centímetros cuando de pronto veo que un sector del pasto se mueve, se balancea. Por las dudas paré y medio me escondí atrás de un macachín y me quedé quietito como cuando jugás a las escondidas, sin mover ni una pestaña y calladito, sin hacer el más mínimo ruido. Así, bien quieto, seguí mirando y ¿que veo? Que no era ningún pasto lo que se movía, era una mantis religiosa ¡y venía directo hacia mí! Te tengo que contar que la mantis, vista así de cerca es muchísimo más fea, y peligrosa, obvio. En las patas tiene como unas cáscaras totalmente llenas de puntas afiladísimas y los ojos son enormes y…¡pará!, que te decía que se me venía encima ¿no? Bueno, tá, yo hice lo único que se podía hacer en ese momento que era correr. Corrí, corrí y corrí. Una de las veces que resbalé la mantis llegó a engancharme el borde del pantalón con una de esas especies de uñas largas y curvas que tiene en sus patas delanteras, pero haciendo un movimiento desesperado, zafé. ¡No sabés! Me escondí debajo de una tapita de Fanta, estaba agotado y en pánico pero con todo, un poco más tranquilo. Qué te cuento que justo cuando me estaba por sentar a descansar…, pim! pim! pim! Me hice grande de nuevo.
-¿Que hacés con esa tapita de Fanta en
la cabeza? me dijo mi madre mientras me ofrecía un pedazo de torta de
chocolate, con dulce de leche y decorado con pastillitas m&m.
Los cuentos de Carlitos / Collage analógico / 15 x 10 2023 / Yamandú Cuevas |
Comentarios
Odoacro
Buenísimo!!
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