por Odoacro
Comentarios
Gabriela , Playa Verde
=====================



=====================
Anónimo
Niños muertos
y sus madres
sin lágrimas
sin ojos que los lloren
padres muertos
y sus padres
tirados al pie de sus pedazos
rotos allí donde soñaron
¿es posible que de acá no escuche
el ruido de niños ya en silencio?
¿hay opciones?
llorar allí como un cadáver
o merodear entre los asesinos
El caso más sencillo de mi vida, y el mejor pago.
Desde que el gringo Ferguson me llamó, imaginé lo peor,
sabía quién era el problema.
Tomé el tubo, su mensaje fue lacónico, seco y sin
preámbulos.
-Tengo un problema que confío usted pueda solucionar, lo
espero mañana.
Le pedí a Estela, nuestra secretaria, que no me pasara
llamadas y le pregunté por María, mi esposa y socia. Su respuesta debió
preocuparme, desde anteayer no pisaba la oficina.
Anoche no había dormido en casa, y sospecho que ella
tampoco, no nos veíamos desde anteayer. Ella esperaba una llamada y yo debía ir
a Durazno por un caso de robo, una caja fuerte. Al llegar ya estaba resuelto,
el hijo del estanciero tenía deudas de juego. Creo que me llamó para
intimidarlo. No me pagó ni siquiera el pasaje de retorno.
La Onda me dejó en Plaza Cagancha, confuso y mal dormido.
Caminé hasta la oficina, no había noticias de María.
Fumé un par de Oxi Bithué y salí a tomar el trolley, vería a
Ferguson.
La oficina del gringo parecía un rincón de Londres, muebles
que en un futuro serán vendidos en algún remate a precio de reliquia. La hora
larga sentado en la sala de espera -tiempo de ablande- me permitió detenerme en
los detalles. Una pared tapizada de pinturas marinas, una sola de ellas me
permitiría vivir un par de meses, en la pared de enfrente, retratos de gordos
bigotudos muy bien vestidos, seguramente sus ancestros. La secretaria parecía
haber nacido allí, tenía el tono pálido de las réplicas que adornaban las dos
paredes laterales. Sobre pequeñas columnas jónicas y corintias posaban El
David, la Venus de Milo, el Mercurio de Juan de Bolonia y el pensador de Rodin.
Una demostración de poder intimidante
Era evidente que los negocios eran rentables, repuestos
ferroviarios y para la distribución de gas.
Por fin, la secretaria me hizo pasar. Un escritorio enorme,
y paredes forradas de libros que nadie leyó.
Después de unos breves comentarios protocolares -sin
cambiar su tono pausado- comenzó a plantear el motivo de su llamado, desde
hacía tiempo notaba a su esposa distante, esquiva, y sospechaba que tenía una
aventura. Le interesaba saber quién era el fulano, y fundamentalmente evitar un
escándalo.
Los casos de infidelidad nos daban de comer, la
mayoría de nuestras investigaciones consistían en seguir a la sospechosa o al
sospechoso y sacar un par de fotos, muy diferente al glamour de las películas.
El caso más sencillo y difícil de resolver; me puso mil
dólares adelante y no dio oportunidad a rechazo.
Salí con una inmensa fortuna, que era menor a mi problema,
debía pensar cómo salir de aquel embrollo. En Montevideo no hay muchos
investigadores privados, de todas formas, que me llamara a mí era una mala
señal.
Fui directo al Café Antequera, mi segunda oficina, allí
paran muchos periodistas, y era un buen lugar para recoger información útil.
En este caso, solo quería pensar y tomar algo fuerte, saludé
a Tito Cabano que tomaba su capuchino y me senté en la barra, lejos de todos.
Feliche vio mi cara y me sirvió la copa doble, dos veces. Salí de tardecita,
hacía frío, ya en la oficina, encendí la radio y me serví otro Espinillar y
otro más.
El Repórter ESSO daba una noticia de último momento.
-Conocido investigador privado es hallado muerto en su
oficina, su esposa encontró el cadáver al ingresar en la misma y llamó a la
policía. Todo indica que fue un suicidio.
Menuda sorpresa, parece que estoy muerto. Abrí el cajón de
la derecha del escritorio y busqué el 38 para ponerlo lejos, a salvo de una
eventual locura, no estaba, o creo que no estaba.
En algún momento entró María, furiosa y a los gritos.
- ¡Canalla! Ferguson me contrató para investigar a su
esposa, ¿Cómo pudiste?
- ¿Desde cuándo te acostas con su esposa?
- Dame los mil dólares que te dio, es mi paga.
Tomó el arma del cajón, mientras yo miraba congelado.
Apuntó y disparó.
El estampido me despabiló, ¿o fue el teléfono?
Comenzaba otra pesadilla, era la esposa de Ferguson.
Revisé mi bolsillo, no estaban los mil dólares.
Silvia Ferrín
Porqué habré aceptado; un momento de debilidad.
Se venía hablando desde hace tiempo y cada vez me daba más trabajo encontrar como zafar.
Recuerdo que rechacé la idea de plano sin explicaciones y por un tiempo no se tocó más el tema, pero volvió y se transformó en una propuesta recurrente, un desafío, casi un arma arrojadiza.
- ¿No te animas?
- ¿Tenés miedo?
Esas preguntas me acorralaron.
-Yo no le tengo miedo a nada, soy muy macho. Pusimos fecha
Dormí mal, y desperté nervioso, me vestí con la ropa que consideré mas adecuada para la aventura y salí de casa sin despedirme.
El camino es espinoso, empinado, cada paso pesa mas que el anterior, barro, me hundo.
No supe sostener el no, ahora solo queda seguir.
Es mediodía, pero hacia adelante solo se ve oscuridad, parece que el camino se burlara de mí y tirara piedras para que tropiece.
¿Si diera vuelta ahora?
No, yo no soy cagón.
El último esfuerzo, llego; lastimado, pero llego.
Una escalera interminable me deja frente a una fortaleza de madera que parece infranqueable.
A la altura de mis ojos veo un cartel: Juan Pérez SICOLOGO.
Toco el timbre
![]() |
Enviada por el Rafa, que en Playa Verde lee el Estiercolero |
por Odoacro
A medianoche me levanté para ir al baño, a mi edad es algo
normal.
La próstata dijo el médico.
Volví a la cama con frío y me tapé hasta las orejas, usé mi
truco secreto, imaginar que estaba parado en el salón de clase dando la lección
mientras Julieta, la maestra, me miraba seria pero cómplice, creo que no pude
dormirme, decidí volver al baño.
Caminé al oscuro; medio dormido debo haber confundido el
camino porque me pareció dar más pasos de los habituales, encontré la puerta
frente a mí, no al costado. Busqué a tientas el interruptor, cuando por fin
hubo luz reconocí las paredes azules pintadas al aceite, las baldosas blancas y
negras, el calentador a alcohol en la ducha.
Al salir crucé despacio el corredor para no despertar a mis
padres que dormían en el dormitorio de la derecha.
Mis abuelos, ya estaban en la cocina, el abuelo con el fuego
encendido preparaba su desayuno, tocino y una enorme costilla, mientras
escuchaba la vuelta ciclista en la Telefunken ubicada en un estante alto en el
límite con el comedor; como siempre me alzó y besó, su cara con barba de tres
días daba cariño, pero lastimaba.
Abuela luego de su beso me preparó un tazón de café con
leche acompañado de pan, manteca y dulce de membrillo.
La cocina estaba contra la vereda de la calle Figueredo,
solo tenía un tragaluz por el que se oía, pero no se veía lo que pasaba afuera
No era un inconveniente en esa casa sin timbre y de puerta a
la que nunca se le pasaba llave, los vecinos entraban sin llamar, o goleaban
las manos en el tragaluz.
El lechero anunciaba su llegada con un grito contenido, el
chillido de las ruedas del carro le agregaba música
Pedí el jarro de latón y salí a buscar los tres litros de
leche diarios.
Con las dos manos, despacio, llevé el tacho hasta la mesa de
la cocina y volví a la calle.
Apenas amanecía, pasarían horas hasta que llegara mi primo y
compinche, a eso de las diez u once.
Había llovido, y la helada congelaba los charcos; con un
palo saqué una capa de hielo y la guardé en el congelador para mostrársela
luego.
Cuando llegara no habría hielo, y quizá tampoco charco.
Me distrajo un ruido que subía por Antolín Urioste, parecía
un desfile de carnaval, o la llegada de un circo.
El loco Aparicio encabezaba la marcha cantando e invitando a
bailar a las vecinas. Detrás, La Loca de los Patos, Bombón en su caballo moro,
El Chifle Lafluf en su bici, las gitanas.
Fui a buscar mi tambor de lata y marché con ellos. Al llegar
a la avenida nos agarró la noche, todos desaparecieron. Volví solo, agotado.
Me acosté sin hacer ruido para no despertar a mis abuelos.
A eso de las tres me levanté al baño, a mi edad es algo
normal.