por Odoacro
A medianoche me levanté para ir al baño, a mi edad es algo
normal.
La próstata dijo el médico.
Volví a la cama con frío y me tapé hasta las orejas, usé mi
truco secreto, imaginar que estaba parado en el salón de clase dando la lección
mientras Julieta, la maestra, me miraba seria pero cómplice, creo que no pude
dormirme, decidí volver al baño.
Caminé al oscuro; medio dormido debo haber confundido el
camino porque me pareció dar más pasos de los habituales, encontré la puerta
frente a mí, no al costado. Busqué a tientas el interruptor, cuando por fin
hubo luz reconocí las paredes azules pintadas al aceite, las baldosas blancas y
negras, el calentador a alcohol en la ducha.
Al salir crucé despacio el corredor para no despertar a mis
padres que dormían en el dormitorio de la derecha.
Mis abuelos, ya estaban en la cocina, el abuelo con el fuego
encendido preparaba su desayuno, tocino y una enorme costilla, mientras
escuchaba la vuelta ciclista en la Telefunken ubicada en un estante alto en el
límite con el comedor; como siempre me alzó y besó, su cara con barba de tres
días daba cariño, pero lastimaba.
Abuela luego de su beso me preparó un tazón de café con
leche acompañado de pan, manteca y dulce de membrillo.
La cocina estaba contra la vereda de la calle Figueredo,
solo tenía un tragaluz por el que se oía, pero no se veía lo que pasaba afuera
No era un inconveniente en esa casa sin timbre y de puerta a
la que nunca se le pasaba llave, los vecinos entraban sin llamar, o goleaban
las manos en el tragaluz.
El lechero anunciaba su llegada con un grito contenido, el
chillido de las ruedas del carro le agregaba música
Pedí el jarro de latón y salí a buscar los tres litros de
leche diarios.
Con las dos manos, despacio, llevé el tacho hasta la mesa de
la cocina y volví a la calle.
Apenas amanecía, pasarían horas hasta que llegara mi primo y
compinche, a eso de las diez u once.
Había llovido, y la helada congelaba los charcos; con un
palo saqué una capa de hielo y la guardé en el congelador para mostrársela
luego.
Cuando llegara no habría hielo, y quizá tampoco charco.
Me distrajo un ruido que subía por Antolín Urioste, parecía
un desfile de carnaval, o la llegada de un circo.
El loco Aparicio encabezaba la marcha cantando e invitando a
bailar a las vecinas. Detrás, La Loca de los Patos, Bombón en su caballo moro,
El Chifle Lafluf en su bici, las gitanas.
Fui a buscar mi tambor de lata y marché con ellos. Al llegar
a la avenida nos agarró la noche, todos desaparecieron. Volví solo, agotado.
Me acosté sin hacer ruido para no despertar a mis abuelos.
A eso de las tres me levanté al baño, a mi edad es algo
normal.
Me encanta. Divino relato.
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