Asado

por el Flaco

Algún alma generosa tuvo a bien dejarla para mí en su puerta en Ppe Gales a la altura del 1465. O alguien en su nombre. Un alma que ya no duerme. O se mantiene todo el tiempo despierta y por tanto ya no la necesita. O por qué no que se durmió para siempre y de igual modo. O tal vez quien que dejó de sufrir, o que desafortunadamente sufre pero en otro lado; y tampoco cumple ningún cometido. Todo eso discurría mientras seguía calle abajo, cargando al hombro sus más de dos metros de largo por uno cuarenta de ancho. La caladora de Arturo me ayudó a disecarla en partes más chicas; algunas casi iguales, otras más largas. Y quedó reducida a una pila de tablas esperando para abrazarse con el calor. Anoche una buena parte se hizo humo en mi ceremonial de fuego. Los clavos retorcidos, incandescentes, parecían revelar con estertores que efectivamente alguien había terminado en ella sus peores horas, trasmitiendo un murmullo de mensajes ahogados. Las caminatas vespertinas nunca dejan de depararme múltiples notas de sorpresa. Incluso la de encontrarme una parrilla de cama esperando un hurgador, el camión municipal del reciclaje, o mi compasiva decisión de seguir alargando su vida en un asado.