Yamandú Cuevas (Verdecito) además de ser un laborioso vecino de Playa Verde es un exquisito dibujante, pintor, collagista y escritor.
Podrá visitarse de lunes a viernes de 10:00 a 17:00 hasta el 28 de junio.
Negro
La clase de pintura sucedía en un salón descascarado, frío y mucho menos iluminado de lo que se necesitaba para poder pintar algo mínimamente decente, pero el profesor así lo exigía. El modelo era una jarra de loza blanca, un cubo de yeso y una espátula de plástico también blanca, todo compuesto sobre una tela del mismo color. El desafío era captar y representar las sutilezas tonales trabajando sólo con blanco y negro.
El clima era de concentración. Todos nos afanábamos en armar bien la paleta, en fondear el cartón y plantear correctamente los volúmenes en el plano. Había algo de tensión. Algunos delineaban muy suavemente las figuras con lápiz mientras que otros emprendíamos el trabajo con los pinceles.
A poco de empezar se me cayó una gota de negro sobre el cartón blanco. Si la hubiera raspado con la espátula enseguida no hubiera sido grave. Pero la mancha tenía una forma rara. Era como un ángel negro o como un demonio medio gordo con unas garritas finas y largas. Le descubrí ojos, cuernos y hasta cierta textura en la piel. No pude evitar la tentación y alargándole una protuberancia que le aparecía entre los labios le hice escupir otro poco de negro hacia la zona más gris y rugosa del cartón que como todavía estaba húmeda se abrió en una pequeña explosión. Ahí sí apliqué la espátula a ver qué pasaba al mezclarla con el gris de abajo. No fue sencillo. Apareció otro ser, más chico pero más temible e indefinido que enseguida le tiró un escupitajo gris al demonio negro. Un gris raspado que en su trayecto dejaba un rastro de blanco sucio que terminaba justo en la frente de su contrincante. La cosa iba y venía. Aquello era un caos, los demonios se salpicaban sin control expandiéndose por toda la superficie y generando un orden propio dentro del desorden.
Desde atrás de la jarra de loza blanca planteada en mi tablero, saltó una especie de langosta de tinta negra que empezó a devorarlo todo: cubo, espátula y tela. Cuando hubo acabado de engullirse el cartón siguió por la tabla y mi atril. Antes que siguiera por mi buzo de lana y tal vez por mi propio cuerpo y todo lo demás, la aplasté de un carpetazo que vino a salpicar a mis compañeros cercanos, a la mesa y a la pared blanca sobre la que fue a caer una gota de negro. Si la hubiera raspado con la espátula enseguida no hubiera sido grave. Pero la mancha tenía una forma rara…
Comentarios
Meri
Impresionante!!!!!
ResponderEliminarMuy bueno
ResponderEliminarMeri