por Odoacro
El caso más sencillo de mi vida, y el mejor pago.
Desde que el gringo Ferguson me llamó, imaginé lo peor,
sabía quién era el problema.
Tomé el tubo, su mensaje fue lacónico, seco y sin
preámbulos.
-Tengo un problema que confío usted pueda solucionar, lo
espero mañana.
Le pedí a Estela, nuestra secretaria, que no me pasara
llamadas y le pregunté por María, mi esposa y socia. Su respuesta debió
preocuparme, desde anteayer no pisaba la oficina.
Anoche no había dormido en casa, y sospecho que ella
tampoco, no nos veíamos desde anteayer. Ella esperaba una llamada y yo debía ir
a Durazno por un caso de robo, una caja fuerte. Al llegar ya estaba resuelto,
el hijo del estanciero tenía deudas de juego. Creo que me llamó para
intimidarlo. No me pagó ni siquiera el pasaje de retorno.
La Onda me dejó en Plaza Cagancha, confuso y mal dormido.
Caminé hasta la oficina, no había noticias de María.
Fumé un par de Oxi Bithué y salí a tomar el trolley, vería a
Ferguson.
La oficina del gringo parecía un rincón de Londres, muebles
que en un futuro serán vendidos en algún remate a precio de reliquia. La hora
larga sentado en la sala de espera -tiempo de ablande- me permitió detenerme en
los detalles. Una pared tapizada de pinturas marinas, una sola de ellas me
permitiría vivir un par de meses, en la pared de enfrente, retratos de gordos
bigotudos muy bien vestidos, seguramente sus ancestros. La secretaria parecía
haber nacido allí, tenía el tono pálido de las réplicas que adornaban las dos
paredes laterales. Sobre pequeñas columnas jónicas y corintias posaban El
David, la Venus de Milo, el Mercurio de Juan de Bolonia y el pensador de Rodin.
Una demostración de poder intimidante
Era evidente que los negocios eran rentables, repuestos
ferroviarios y para la distribución de gas.
Por fin, la secretaria me hizo pasar. Un escritorio enorme,
y paredes forradas de libros que nadie leyó.
Después de unos breves comentarios protocolares -sin
cambiar su tono pausado- comenzó a plantear el motivo de su llamado, desde
hacía tiempo notaba a su esposa distante, esquiva, y sospechaba que tenía una
aventura. Le interesaba saber quién era el fulano, y fundamentalmente evitar un
escándalo.
Los casos de infidelidad nos daban de comer, la
mayoría de nuestras investigaciones consistían en seguir a la sospechosa o al
sospechoso y sacar un par de fotos, muy diferente al glamour de las películas.
El caso más sencillo y difícil de resolver; me puso mil
dólares adelante y no dio oportunidad a rechazo.
Salí con una inmensa fortuna, que era menor a mi problema,
debía pensar cómo salir de aquel embrollo. En Montevideo no hay muchos
investigadores privados, de todas formas, que me llamara a mí era una mala
señal.
Fui directo al Café Antequera, mi segunda oficina, allí
paran muchos periodistas, y era un buen lugar para recoger información útil.
En este caso, solo quería pensar y tomar algo fuerte, saludé
a Tito Cabano que tomaba su capuchino y me senté en la barra, lejos de todos.
Feliche vio mi cara y me sirvió la copa doble, dos veces. Salí de tardecita,
hacía frío, ya en la oficina, encendí la radio y me serví otro Espinillar y
otro más.
El Repórter ESSO daba una noticia de último momento.
-Conocido investigador privado es hallado muerto en su
oficina, su esposa encontró el cadáver al ingresar en la misma y llamó a la
policía. Todo indica que fue un suicidio.
Menuda sorpresa, parece que estoy muerto. Abrí el cajón de
la derecha del escritorio y busqué el 38 para ponerlo lejos, a salvo de una
eventual locura, no estaba, o creo que no estaba.
En algún momento entró María, furiosa y a los gritos.
- ¡Canalla! Ferguson me contrató para investigar a su
esposa, ¿Cómo pudiste?
- ¿Desde cuándo te acostas con su esposa?
- Dame los mil dólares que te dio, es mi paga.
Tomó el arma del cajón, mientras yo miraba congelado.
Apuntó y disparó.
El estampido me despabiló, ¿o fue el teléfono?
Comenzaba otra pesadilla, era la esposa de Ferguson.
Revisé mi bolsillo, no estaban los mil dólares.
Comentarios
Silvia Ferrín
Excelente!!!
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