La memoria es diferente al recuerdo. El recuerdo también puede traerte desde muy lejos una risa, un gesto, una cara, un paisaje. Pero la memoria te trae eso con la impronta marcada a fuego en tu ser. Es recuerdo con enseñanza, con conclusiones. Es recuerdo recordado una y otra vez, imposible ahora sí de olvidarlo, de cambiarlo, de no creerle.
La memoria te puede dar escalofríos en la espalda cuando, aún sin la marchita militar de las Fuerzas Conjuntas, igual sentís la voz, la entonación autoritaria y prepotente de Manini Arroyos o de Misia Irene, la cadencia de esa narrativa, mandona y déspota, y te hace sentir la misma angustia que sentías hace ya casi cincuenta años a las 8 de la noche cuando en todos las radios y canales de TV escuchabas el comunicado diario de sus victorias sobre los "subversivos".
Pero la memoria también te puede traer paz cuando juntando la memoria de todos te das cuenta que aquel o aquella, desaparecido de golpe y casi sin rastro, padre o madre de otro, hermano o hermana, el primo chico o el tío de bigotes también merece ser tuyo. Tuyo en tu memoria, tuyo en la memoria de los demás.
Somos todos familiares, dijeron siempre las viejas y los viejos que los buscaron desde su primer día. Somos todos familiares, siguen diciendo quienes hoy siguen buscando. Porque la memoria nos hace seguir buscando.
La memoria puede ser brava, pero te hace estar vivo.
Lo que mata es el olvido.
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