Así fueron las cosas aquel día de otoño en que el sol
entraba como espadas por las ventanas de la calle Hocquart y se bailaba sobre
un piso de linóleo que parecía la lava del Vesubio cayendo sobre el mapa de
Italia mientras explotaba
la guerra y el hambre y el exilio de miles que huyeron hacia América en busca
de consuelo cuando a muchos se los tragó el mar y a otros tantos la propia
tierra que labraron con yunta de bueyes bajo un sol enceguecedor, con la piel y la garganta
resecas, las manos ásperas y los ojos melancólicos de los albañiles y de los feriantes cocoliches voceando
tangerinas dulces entre el cacareo histérico de las gallinas en las jaulas y
los chanchos resbalando sin poder afirmarse en el hormigón del mercado.
Yatasto / Collage digital / PhC25 2021 / Yamandú Cuevas. |
Eso mismo pasó el día que el silbato de la fábrica tuvo algo de bocina de barco despidiendo a los tanos que partían a ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente, para construir la casa propia mientras criaban hijos a pura teta y pan duro y maldecían a los criollos que comían carne el viernes santo cantando canciones subidas de tono entre el vino y el humo.
Mi abuela, que era española
de mantón celeste y rosario en la mano les pedía a los tíos que por Dios no hicieran eso, pero ellos,
que no creían ni en el Che Guevara, no hacían
caso a nadie dale que dale a la guitarra y al bandoneón. Cuando vi venir a Don
Éttore con el facón atravesado en el cinto, jamás hubiera imaginado que cantara tan lindo y sobre todo que cortara tan
bien aquel cordero de Dios.
Tomado de libro “Sigan la imagen” de la Editorial “El que
piensa pierde”/ 2020, para La Galanga, el 18 de mayo de 2023.
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