Varios de los cincuentones largos como yo (larguísimos; permítaseme aclarar) cada vez que nos reunimos y nos vamos a un boliche o similar nos asombramos que los adolescentes y no tanto están todos enfocados en sus celulares guasapeando o feizbuqueando con alguien que habitualmente está en otro sitio. Me explico: en vez de hablar con el de enfrente, se desarticulan los pulgares escribiendo a una velocidad infinita a otro ser que quién sabe dónde está, con quien está y haciendo qué está.
Nosotros nos sonreímos y hasta nos burlamos un poco de esos tipos que necesitan de WiFi para decirle a otro "¡Qué los cumplas feliz!".
Pero el otro día, al ver que mi grupete de amigotes de Guá-Sá estaban dejando el celular hirviendo y viendo como entre nosotros también habíamos empezado a tener 4 o 5 conversaciones diferentes y simultáneas se me dio por reflexionar.
Es que me parece que las costumbres son similares con instrumentos diferentes.
Me acuerdo perfectamente cuando después de 8 años de haber solicitado una línea de teléfono para mi casa ("No hay borne en ese barrio" fue la respuesta durante 8 años) vinieron los de UTE (en aquel momento eran Usinas y Teléfonos del Estado; aún no existía ANTEL) y colocaron el teléfono. Fue uno de los primeros que vi que no eran de baquelita negra, sino de un plástico medio verdecito. Mis hermanos y yo le hacíamos guardia al teléfono para atender si alguien llamaba. "¡Qué horror!" diríamos hoy.
Y antes, los tipos comunes y corrientes, en vez de estar enganchados en Internet ¿no leían el diario casi antes de lavarse los dientes? ¿El diariero no era como el representante de Google en el barrio? ¿No recuerdan películas viejas (o ambientadas en la época) donde el señor de la casa está siempre apaciblemente leyendo el diario en su lugar preferido?
Hoy todo el mundo se saca una foto cada dos días. Pero antes la onda era que te pintaran un cuadro: un retrato para los de medio pelo, o un gran cuadro de todo el cuerpo de pie los hombres y rigurosamente sentadas las mujeres ricas. Y los muy, muy ricos se hacían esculpir un busto.
Yo hacía cola a principios de diciembre, junto a decenas de otros tipos, en las oficinas de correos para mandar una postal navideña a algunos familiares desperdigados por el Planeta para que les llegara más o menos a tiempo. Hoy cliqueás directamente en la postal que le querés mandar al fulano en cuestión y no tenés que pensar ni qué ponerle: viene con el verso incluido.
Las cosas son medio parecidas.
La cuestión es no olvidarse de darse un beso y poder mirar un ratito la luna, estés donde estés.
Selfie en 1920 |
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