por Verdecito
La situación
pedía una compostura que no me salía, así que me pareció que para llorar era
mejor pensar en otra cosa. Así fue como se me vino la imagen de Carlitos en la
mañana del viernes previo a las vacaciones de julio. Lo vi clarito cuando salió
de atrás del escritorio de la señorita Alicia. La cara lo vendía. Yo no le dije
que lo pusiera adentro de la cartera de la maestra, cómo le iba a decir eso…
porque una cosa era hacer una broma y otra era meterse con la señorita, que era
una santa, no como la otra, Lilia, que se fue de licencia sin avisar. Lo único
que le dije a Carlitos fue que lo escondiera, pensé que lo iba a colocar
adentro de uno de los cajones del pupitre, o atrás de la maceta con el gomero,
pero lo que menos me imaginé es que lo fuera a poner ahí.
Hay que ver
el desparramo que se armó cuando el bicho salió corriendo por arriba de las carpetas
y los mapas de la señorita Alicia. La pecosa de un salto quedó arriba del
mueblecito de los experimentos y “el hueso” Alonso casi atraviesa la puerta que
da al patio. El chichón que le quedó en la frente parecía el fantasma Gasparín,
pero morado.
Yo también
corría, un poco para ver si lograba atrapar al bicho y otro poco para
disimular. No quería que la señorita Alicia fuese a pensar que yo tenía algo
que ver en todo aquello. Pero el bicho corría por el perímetro del salón medio
por debajo de los bancos y era imposible atraparlo. Carlitos empezó a correrlo
de un lado y yo del otro pero cuando estábamos por arrinconarlo se cortaba por
la diagonal cruzando todo el salón entre el griterío histérico de las niñas y
-justo es decirlo- también de los varones.
Entre tanto
grito, salto y banco que se volcaba, el bicho se llevó algún pisotón, alguna
patada a la carrera, algún carterazo. La señorita Alicia estaba más pálida que
el bicho que se había subido al banco de Martiarena y le revolvía la mochila.
Aplastalo Carlitos! Aplastalo ahora! Le dije, pero Carlitos no pudo. El bicho
ya había salido de adentro de la mochila con los restos de la merienda en la
boca y más o menos del doble de su tamaño inicial. Ahí fue cuando la señorita
quiso salir corriendo a la Dirección y no pudo abrir la puerta que con el golpe
de Alonso había quedado trancada. Con la cara como un tomate se arrinconó
debajo del retrato de José Pedro Varela y con ella casi todos los niños. En el
frente quedamos Carlitos y yo viendo como el bicho se terminaba de devorar la
cuarta merienda y una regla de madera. En el piso ya ocupaba más de dos
baldosas y media y su andar no era tan ágil. Parecía jadear. Empezó a largar un
sudor amarillento y oloroso por debajo de unos cascarones que no llegaban a ser
alas.
Sin pensarlo
demasiado salté y descolgué el compás de pizarrón que salió con clavo y todo,
lo abrí y me lo calcé en la cintura. Me quedé en pose de alerta como el
sargento Sanders en la tapa de Cinelandia, con las piernas abiertas y esperando
al bicho que después de comerse los tres bancos del fondo ya era más grande y
gordo que el chancho de los Giménez.
Para cuando
la señora directora, alarmada por los gritos llegó y por fin abrió la puerta,
el bicho ya se había comido mi bayoneta, dos niñas y a Carlitos y el lomo le
rozaba el techo del salón. De un eructo rompió el ventanal por el que salió al
patio y aquello fue un debande. Llamen al 911! gritaba la directora mientras
tropezaba con una baldosa floja. Llegando a mi casa todavía escuchaba las sirenas
y las aspas de los helicóptero sobrevolando el barrio mientras la luz del
mediodía se iba tornando sombra.
Dibujo a tinta y otras yerbas sobre agenda vieja año 2020 (posproducida con Photoshop C25 ahora, en este mes de setiembre de 2023) Autor: Verdecito. |
Excelente. En esa tradición de lo fantástico que continúa con fuerza.
ResponderEliminarExtraordinario relato. Sobrenatural y apocalíptico. Flaco
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