Se han perdido todos los códigos. No sé si es por el cambio climático, la perspectiva de género, la comida vegana, la micromobilidad, la ecología ciudadana, las cianobacterias, la primera infancia o la tercera edad, la inclusión no exclusiva, el agua saborizada, ¡qué se yo!
El otro día estaba en el vestuario del club, como todos los días, y un tipo (forma benevolente de referirme al sujeto) se empieza a arreglar el pelo frente al espejo. Pero era prácticamente pelo a pelo, mechón a mechón, con sutiles movimientos de pretendida precisión, al tiempo que se ponía un producto en aerosol. No solo se miraba en el espejo de frente, sino que también se movía para verse de costado e intentaba verse desde atrás. Luego de un largo rato de “peluquería” intensa, se puso otro producto en los ojos y me parece que algo como brillo en los labios. ¡Mariconadas!
Yo mientras tanto me afeitaba tranquilo como todos los días, solamente con la maquinita de afeitar, sin espumas ni jabones raros. Me dijo la dermatóloga (de la mutualista, no la del shopping) que, si me bañaba con la esponja exfoliante y me la pasaba en la cara, me podía afeitar así nomás. Eso sí, para el pelo uso dos champúes porque me dijo que tenía tipo mixto, y los dos frascos dicen bien grande “MEN” para que nadie se confunda en las duchas.
Apenas me puse un poco de crema reafirmante para las bolsas de los ojos y el hidratante para la piel grasa, y me fui así nomás a la calle, ¡a lo macho!
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