por Trancazo
En nuestro idioma español, tanto los adjetivos como los pronombres posesivos indican relaciones de posesión en sentido estricto, pero también de inclusión, pertenencia y atribución como se indica en la Nueva gramática de la lengua española (2009-2011).
Es fácil de advertir que cuando digo «Uruguay es mi país» no
estoy estableciendo que yo poseo el país, sino que a él pertenezco.
Si digo «mi primo es un pelotudo» estoy haciendo referencia
a la relación de parentesco que atribuyo a esa persona y de modo alguno estoy
estableciendo que soy su propietario.
Por ejemplo cuando los católicos señalan que «Jesús es mi señor» o denotan a la Virgen María como «nuestra señora» están estableciendo que dichas entidades sobrenaturales tienen para con ellos una relación de señorío, dominio o mando —habitual vinculación medieval entre señores y siervos— que de ningún modo corresponde a una posesión estricta.
En ese mismo sentido semántico, en muchos casos, cuando un
caballero se refiere a quien con él se ha desposado como «mi señora» está refiriendo
que reconoce socialmente que dicha persona ejerce de modo consentido señorío, dominio
y mando sobre su persona y sus asuntos; en modo alguno indica que la dama
referida fuese de su propiedad. Y es en ese malentendido en el que caen algunas
militantes feministas —en ignorancia de la gramática del idioma que pretenden
emplear— al repudiar con pretendida superioridad moral a los que emplean la
mencionada fórmula de respeto y consideración para con sus cónyuges.
—¡Cómo vas a decir: «viene Pepe con su señora»!, ¡machista patriarcal retrógrado! Tenés que decir: «vienen Pepa y Pepe, compañeres de la vida».
Esta reflexión sobre los posesivos trae a mi memoria el
poema del famoso escritor libanés Khalil Gibran que comienza diciendo «Tus
hijos no son tus hijos…» que puede haber sido inspirados por una confesión
que hizo la señora de Gibran.
¡Muy bueno!
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