-Perdón
joven, ¿usted es del barrio?
Y
antes de que Antonio llegara a responder agregó:
-Porque alguna vez creo haberlo visto pasar. Dígame, y
perdone el atrevimiento pero, usted es
de Tauro, ¿no?
Antonio,
un poco incrédulo pero sin escapatoria ante la pregunta, titubeó y respondió
tartamudeando un “s… sí… ¿por?”
-Estaba
visto dijo la anciana sin dejar de sacudir el abanico- con esa cara y ese
tranco…, pero disculpe, en realidad lo que le quería preguntar es de qué signo es ella, la chica del diente oscuro ¿Es su
novia?
Antonio, que todavía no salía del estupor, respondió medio atolondrado por la sucesión de preguntas.
-¿Que
chica? ¿Pero usted quién…?
No llegó a terminar de formular la pregunta cuando la
señora se le adelantó:
-¡Ja! No
me diga nada, ¡ella es de Tauro también! seguro que del primer decanato de
mayo…
Antonio
ya había detenido su paso frente al portoncito de hierro y estaba punto de
decirle algo pero por alguna razón ese algo se le derritió al calor de la
mirada profunda de la anciana y aunque parezca increíble, por
primera vez se quedó esperando que ella siguiera, que le dijera más, que se
explayara sobre esa chica misteriosa... Ahora él quería saber más, pero la
vieja lo estaba imitando. Lo miraba a los ojos con
conmiseración y con el abanico ya plegado y quieto sobre su mano izquierda.
El
jacarandá dejó de moverse, los ruidos de la calle pasaron a un segundo plano y
sólo quedó el sol de enero rielando sobre la vereda y los ojos
de la anciana, que por primera vez se vieron nítidamente azules.
-No
se ofenda, pero abandone a esa muchacha, ella es dañina y usted, un
incauto -bajó
la voz y la mirada- Hágame caso, si no, algo muy
malo le va a pasar.
Antonio
ensayó una excusa que aludía vagamente a la falta
de tiempo y reanudó la caminata con
una velocidad que intentó ser convincente, aunque
sabía que el paseo de aquel día se había estropeado irremediablemente. Al doblar
la esquina no pudo evitar dar una última mirada a aquella anciana con
vocación de pitonisa pero ella había desaparecido.
No sólo no pudo verla, sino que tampoco reconoció el portón, ni las casas con
retiro, ni la cuadra.
Ya en
su despoblado apartamento se sometía al ritual de escribir su cuento del día: levantar
la persiana exactamente hasta la mitad, jugar un solitario (sólo uno), ponerle
dos terroncitos de azúcar al café y revisar el teléfono, cuando sonó el timbre
de abajo.
Maldijo;
menos por la interrupción que por tener que bajar tres pisos por escalera sólo
para constatar que sería -con suerte- algún vendedor ambulante o -sin suerte- los
testigos de Jehová.
La
puerta de calle arrastraba haciendo un ruido pastoso sobre las baldosas que
eran pardas con diminutas pequitas blancas, casi iguales al diente de aquella chica
que le sonreía tras la puerta.
Pateando el barrio / Óleo en el frente de un sobre medio oficio / 2008 / Yamandú Cuevas. |
Comentarios
Odoacro
Buenísimo!
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarMuy bueno Yamandu
ResponderEliminarKe Verba
Gracias KV! Abrazo!
Eliminar