Con esto del Mundial de fóbal me he encontrado con gran cantidad de situaciones atípicas: brasileros que viven en Argentina desde hace años y sufren por el desempeño de Messi, uruguayas de novia con brasileros que no saben si gritar o llorar los partidos de Brasil, ticos de Costa Rica que todavía no salen de su alegría.
También conocí una alemana, preciosa, que conoció a un uruguayo que estaba de beca en Bonn, se enamoró, se casó y no tuvo reparos en venirse a vivir a Montevideo con él. ¡Y cómo gritó el gol de Götze!
Pero lo que les quiero contar no tiene nada que ver con el fóbal. La cuestión es que cuando recién vino no hablaba casi ninguna palabra de español. Pero no era fácil de darse por vencida y ella se quería encargar de toda las actividades de su casa.
Un día quiso hacer una comida bávara, parecida a muslos de pollo a la milanesa.
Se fue al supermercado y se plantó frente al mostrador de la carnicería. Como no sabía cómo pedir muslos de pollo se levantó la pollera cortita que llevaba y le mostró los muslos al carnicero, que se le salían los ojos. Suelta su pollera y empieza a batir los brazos como aleteando y a decir: Cocorocó!
El carnicero entendió y le entregó 1kg de muslos de pollo (que además estaban de oferta).
Unos días después quiso hacer una especie de salpicón de ave y precisaba pechuga.
Allá fue al supermercado y frente al mismo carnicero empezó a aletear y a cocorear y se desabrochó la blusa mostrándole la raíz de dos hermosos pechos.
El tipo volvió a entender y le dio dos supremas espléndidas.
El fin de semana pasado quiso hacer chucrut con salchicha. Como no sabía como se decía chorizo en español fue al supermercado pero acompañada de su marido.
Allí frente al mostrador encaró al carnicero.
Y el marido pidió 1 kilo de chorizos Extra de Cattivelli; él si sabe hablar español
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