Es
importante tener presente —muy presente— que la Asociación Uruguaya de Fútbol
es una institución privada que nuclea a un conjunto de organizaciones privadas
que entre otros objetivos propios, tienen el de organizar espectáculos
deportivos. En su calidad de tal, está integrada a una estructura
multinacional, más o menos con los mismos propósitos, que se denomina FIFA. Tal
vez venga a cuento, o no, que el diccionario de la Real Academia Española
señala que, en Cuba, fifar es un modo de referirse a la acción de copiar en un
examen y en Argentina es una manera grosera de referirse a la realización del
acto sexual: la FIFA fifa a muchos.
No se nos escapa que lo que realicen estas organizaciones privadas es de mucho interés general. También es cierto que el empleo ritual de símbolos patrios como himnos y banderas hace que sea muy sencillo caer en la confusión de que existe una relación íntima de representación de las “selecciones” con los países de los que provienen. Así que caemos en la simplificación —errónea como muchas— de sustituir el concepto de «grupo de trabajadores deportistas elegidos por su empleador para participar en la realización de espectáculos deportivos con finalidad lucrativa» por el de, por ejemplo, «Uruguay».
Cuando vemos la realidad como es, es más simple y digestivo separarse del hecho y dejar de putear y reclamar que, de una vez por todas, jubilen al geronte que se ocupa de establecer la táctica de juego y de hacer los cambios durante los partidos —o no hacerlos—. Debemos aplicar la misma libertad que tenemos como consumidores, por ejemplo, para elegir a qué boliche vamos a comer y cambiar si no nos gusta. En esa línea estoy siguiendo con mucho interés el desempeño de la selección checa de hockey sobre hielo, ¡vamos carajo!
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