Ya no quedan. En
otra época eran muy buscados. Y poco encontrados. Mi abuelo era uno de ellos,
de los pocos.
No es fácil ser tropero de hongos; se necesita mucha pero mucha paciencia. El hongo es lento y se distrae con facilidad.
No es fácil ser tropero de hongos; se necesita mucha pero mucha paciencia. El hongo es lento y se distrae con facilidad.
De repente para
traer desde el norte a Montevideo, una tropa mediana de hongos de campo, se
demoraban meses. Había que tener paciencia. Había que acampar a campo (la
redundancia pretende señalar lo insondable de lo inexorable, no había paradores ni hosteles, ni siquiera
un spa resort en aquellos tiempos bravos).
El hongo parece
manso pero es muy bravo; se hace el "yo no fui" pero a veces tiene un
veneno adentro que te puede dejar frito, seco o al escabeche, según.
El hongo suele ir en
barra, sin distinción de sexo. Está mucho más para la violencia de número que
para la violencia de género. A un compañero de mi abuelo se le retobó la tropa
que arreaba y cuando quiso acordar ya estaba completamente rodeado, sin salida.
Una modesta cruz de palos marca el lugar de su descanso eterno, porque si bien
era judío, te quiero ver haciendo una estrella de David con palitos en medio
del campo.
Mi abuelo me dejó
frases que aún me acompañan: "Nunca hay que darle la espalda al hongo
aunque esté atado, uno." "Para los hongos, lo mejor son los
pies". "Si te quedás mucho tiempo quieto, te ganan los hongos".
"Por acá pasa el 128".
Sus enemigos dicen
que mi abuelo alucinaba por los hongos. Y que puede ser hereditario; vaya uno a
saber.
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