por Trancazo
Nos había cortado la pelota. Salió a la vereda, con la pelota en la mano y una cuchilla en la otra. La pelota era de goma roja, estaba nueva, la habíamos comprado con el dinero que juntamos en el barrio con la rifa de un ramo de flores.
Lo hizo despacito, para que todos lo pudiéramos ver. Primero la pinchó de un puntazo; la pelota largó un suspiro corto y nada más. Luego, sin sacar la cuchilla clavada la fue cortando hasta dejar las dos mitades casi separadas. No nos dio el sermón habitual y la dejó en el suelo.
Siempre jugábamos en la calle y ¡qué culpa teníamos de que el arco quedara justo delante de su casa! Al principio nos metíamos en el jardín a recuperar la pelota entre las plantas. Después que trajo el perro malo, le tocábamos el timbre para pedirle la pelota. Nos decía que le rompíamos las plantas, que le íbamos a romper el vidrio de alguna de las ventanas, que no le dejábamos dormir la siesta en paz, que alborotábamos al perro con los pelotazos y muchas cosas más, pero al final nos devolvía la pelota y seguía el partido.
¡Fue un golazo! Reclamaron que había sido alta pero no les hicimos caso porque hacía un rato que nos habían hecho uno más o menos a esa altura. Si hubiera habido un ángulo, habría entrado bien ahí. Donde sí había ángulo era en la ventana del living del vecino y también entró allí. Nuestro grito de gol fue cortito porque se quebró junto con el vidrio de la ventana. Por supuesto que no fuimos a pedir la pelota. Corrimos todos para la otra esquina y al rato fuimos volviendo como comandos para tomar el puente. Ahí fue cuando vimos salir al vecino con la pelota y la cuchilla. Nos fuimos arrimando sin remedio, porque tenía la pelota y era claro que nos estaba esperando.
Alguien, creo que fue el Negro, le gritó: «Disculpe, don», pero fue en vano. Nos cortó la pelota en la cara, despacito.
Después que la dejó en el suelo y se dio vuelta para entrar, el grito de «¡Viejo sorete!» fue de todos.
Nunca más jugamos ahí, nos fuimos para la plaza de a la vuelta donde jugábamos sobre pedregullo que te rompía las rodillas, pero había más gente para hacer partidos y más pelotas.
Mucho tiempo después no pudimos establecer de quién fue la idea. El asunto era la venganza. Fueron muchas las propuestas, algunas más salvajes que otras y algunas irrealizables. Sabíamos que sabría que habíamos sido nosotros, pero no nos importara.
Trabajamos mucho, en aquella época era más difícil que ahora. Fue como un mes de trabajo de todos e incluso de algunos de los de la plaza que se sumaron para colaborar. Finalmente logramos juntar tres bolsas grandes de arpillera llenas de todas las cacas de perro que encontramos y que la noche de la venganza se las desparramamos en la puerta de la casa y en el jardín.
Comentarios
La unión hace la fuerza, sí señor. ¡Viva la imaginación!
MaríaJe
MaríaJe
La unión hace la fuerza, sí señor. ¡iva la imaginación!
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