Era el primer viernes de carnaval y ya no quedaba en La
pedrera ni una casilla de perro para alquilar. Habíamos salido de Montevideo
tarde, a las corridas y después de una jornada de trabajo con los apuros de
cada vez que nos vamos de licencia. La ruta fue un paspe, las gurisas no
aguantaban más y a cada rato preguntaban cuándo íbamos a llegar. Habíamos hecho
una reserva de palabra con una amiga de facebook que -por supuesto- no
funcionó. Así que ahí estábamos. En una
esquina oscura, sin veredas y a contramano de un corso pobre y dislocado
tratando de encontrar una habitación de alquiler que -según nos habían dicho-
quedaba en el piso de arriba de la panadería.
Si no ven el corso no se van a perder mucho dijo el dueño
del apartamento, pero les recomiendo que no se pierdan la maratón de mañana,
salen de La Paloma a las nueve y corren todo por la orilla hasta acá. Bajamos a
cenar por las gurisas. Al final no estuvo nada mal pero los restos deshilachados
del corso eran insoportables así que nos fuimos a dormir con la esperanza que
al otro día, descansados y renovados los ánimos, fuéramos otros. Nos despertó
el olor de los bizcochos. A las 8 ya habíamos desayunado y teníamos el mate
pronto para bajar a la playa. No le habíamos prestado mucha atención al dato de
la maratón porque ¿qué tenía que ver una maratón en medio de carnaval? Bueno
cuando estábamos por respondernos que nada, vemos venir una hilera corriendo
por la orilla. El primero que pasó, despegado, fue un enorme gallo blanco de cresta
saltimbanqui, descalzo y con pantalones a rayas, el segundo eran dos
disfrazados de canoa con remos y todo, el tercero un pancho con mostaza
corriendo vertical y más atrás un primer pelotón en el que se entreveraban una
tortuga ninja de algodón, un huevo duro con vincha roja, un cuadro de José
Pedro Varela con una ojota de menos, un pizarrón pequeño perseguido por un
borrador enorme y el mismísimo gusano loco corriendo en línea casi recta.
Nosotros no terminábamos de reponernos cuando vimos que
detrás de una momia perseguida por su propio sarcófago venía un Mickey sin
cabeza, un flaco flaquísimo disfrazado de reposera y otro, de número cinco. La
fila era larguísima. Lo más llamativo del fantasma que venía último no era su
renguera sino cómo recortaba contra el violeta de la tormenta eléctrica que al
final nos terminó corriendo a todos.
Comentarios
Muy bueno. Algunos pasajes me recordaron a Dino Buzzati. Y creo que configura muy claro lo fantástico moderno tal como lo han revisado Ross, Compra y esa banda.
Anónimo
Muy bueno. Algunos pasajes me recordaron a Dino Buzzati. Y creo que configura muy claro lo fantástico moderno tal como lo han revisado Ross, Compra y esa banda.
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