Es bastante
habitual que los ómnibus de excursiones que pasan por Chapicoy rumbo a la capital,
hagan un desvío para pasar por la parte de atrás de la casa de doña Tita. Ahí se
detienen y la gente baja para mirar y sacar fotos a la enorme cantidad de liebres,
también llamadas maras que hay en el fondo de la casa de doña Tita.
Dice la historia
que cuando era chiquita, Julietita, Tita para la familia, era muy corta de vista.
Se le complicaba un poco jugar con los otros chicos de la familia y del barrio porque
se caía, se tropezaba y se chocaba con casi todo. Para calmarla y alentarla a que
se quedara quieta, pretendieron sobornarla con un regalo: con dos gatitos. Don Nicanor,
su padre fue quien se encargó de conseguirlos. Le habían dicho que por el mercado
de Chapicoy podía conseguirlos y para ahí se dirigió en busca de los mininos. Resulta
que don Nicanor también era muy corto de vista igual que Tita. Y parece que debido
a eso fue que se avivaron los del mercado que le vendieron los animalitos, pero
le pasaron liebre por gato.
Así fue como
marchó Don Nicanor con las criaturas que le había prometido de regalo para su hija.
Por supuesto que, si su padre le estaba diciendo que eran gatitos, para Tita siempre
lo fueron, a pesar de lo que pudiera decir la gente.
Sabido es que las liebres se
reproducen como conejos ― y éstos como aquellas ― y por ello, al poco tiempo tuvieron
liebres ― gatitos para Tita ― hasta las orejas. Desde ese entonces Tita se dedicó al cuidado de
sus queridas mascotas, toda la vida. Tanto es así que, ya siendo una mujer mayor,
Doña Tita era conocida en Chapicoy como «la vieja de los gatos», por respeto.
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