por Trancazo
A diferencia
de otros pueblos americanos, como los incas y los aztecas, los guarangos no eran
particularmente inclinados a las construcciones importantes. Enterados de las magníficas
obras arquitectónicas de aquellos que incluían templos, pirámides, calzadas, terrazas
y ciudades enteras en lugares inaccesibles[1],
la reflexión guaranga era que esas obras eran muy cansadoras y que no armonizan
de modo adecuado con su ontología ancestral que propulsaba una integración de bajo
impacto intervencionista en el medio ambiente. Cada vez que eran confrontados e
interpelados por su escaso despliegue arquitectónico en comparación con otras culturas
de la región, el comentario guarango era siempre el mismo: «¡Qué necesidad!».
No obstante
lo anterior, los guarangos emprendieron algunas construcciones originales y notables,
aunque pocas. Entre ellas se destaca por mérito propio una obra que mientras duró
concitó la atención de peregrinos de toda América, quienes fueron atraídos por el
prestigio de los fenómenos mágicos que ahí dicen que sucedían.
En la zona
conocida como «Paraayá», los guarangos erigieron un enorme túmulo sagrado de más
de 50 metros de altura, de conformación piramidal con base triangular, claramente
en desafío a las pirámides corrientes de base cuadrada como las egipcias, mayas
y aztecas, muy de moda en la época.
Estaba orientada
de tal modo que cada uno de los vértices del triángulo señala con una precisión
que aún hoy asombra a los expertos que han estudiado el monumento, hacia tres direcciones
que indicarían buenos lugares para ir a esconderse en la celebración de juegos infantiles
basados en la búsqueda de varios participantes que se ocultan, mientras uno la «queda».
En clara sintonía
con su enfoque naturalista, de gran integración con la naturaleza —lo que con los
parámetros actuales catalogaríamos de ecologista— la construcción de la pirámide
se realizó enteramente con materiales orgánicos, naturales, 100% reciclables, entre
los que predominó mayoritariamente lo que los guarangos denominaban «bosta». Con
dicho vocablo los guarangos se referían a los excrementos, fundamentalmente vacunos
y equinos, los que una vez secados de modo natural por las condiciones ambientales
prevalecientes en la zona, se convierten en una suerte de ladrillos esféricos, muy
adecuados para toda clase de construcciones. La enorme mayoría de los guarangos
recordaba jugar en su infancia con estos ladrillos naturales y haber hecho toda
clase de edificaciones, algunas ciertamente muy complejas y elaboradas.
La «pirámide
sagrada de Paraayá» fue, como decíamos, un notable punto de peregrinación tanto
de la cultura guaranga, así como de otras etnias de la región, que se congregaban
allí para la realización de varios festivales sagrados. Principalmente estos ocurrían
en el invierno porque había menos moscas.
Los europeos
que habían llegado a esas zonas no tuvieron la sensibilidad adecuada para aquilatar
de modo certero el rico contenido cultural de civilizaciones tan diversas a las
propias. Fue así como despreciando lo diferente, se referían a la sagrada pirámide
de Paraayá como «la gran montaña de bosta» (sic en las crónicas de la época). Paradójicamente,
esa despectiva caracterización fue la involuntaria causa para que los europeos se
mantuvieran lejos del área y que el sagrado monumento guarango no fuese profanado
como le ocurrió a la mayoría en el continente.
Como construcción
orgánica que era, una vez que los guarangos no se pudieron seguir encargando de
su mantenimiento porque estaban dedicados a la preservación de sus vidas amenazadas
por el avance de los codiciosos europeos, la acción de los agentes atmosféricos
fue haciendo su obra y en la actualidad no queda nada del monumento sagrado. Sin
embargo, moradores actuales de la zona, descendientes indirectos de aquellos bravos
guarangos, sostienen que, en las noches de mucho calor, aun se puede percibir en
el aire, trazas aromáticas que evocan la majestad ancestral del monumento guarango:
la pirámide sagrada de Paraayá.
Comentarios
Le Tanó de la Mondiolá
Brillante Trancazo, como siempre.
ResponderEliminarLe Tanó de la Mondiolá
¡¡Muchas gracias!! Abrazo.
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