Como uno de esos artefactos lumínicos que se
hacen con cuerda encolada y un globo que después se explota llevaba el pelo mi
maestra cada día a clase. Nelda se ponía toneladas de fijador y como el prócer,
era de nariz aguileña, 1.50 cm de altura (con tacos), túnica de chapa blanca y en
la pera un indisimulable lunar con pelos. El viejo me había preparado para que
no hiciera papelones así que yo ya pispeaba los números y las letras cuando
entré a primero. Uno de los primeros días, esperando impresionar a Nelda,
cuando ella mandó a hacer olitas y techitos bien pegaditos al renglón, yo llené
una hoja de ochos (que era el número que me daba más trabajo dibujar). Cuando
terminé de llenar la hoja le mandé una mirada triunfal y ella no dudó en venir
a ver mi trabajo. Su cara de póker se transformó cuando llegó a mi banco y con
un golpecito de regla en mi mano me estampó: Con esa mano no, esa es la mano
fea, de ahora en adelante me escribe con la derecha, ¿me entendió? Dijo quitándome
el lápiz de la CNEPN de la zurda y colocándomelo con gesto ampuloso en la
derecha.
Desastre, porque efectivamente, desde ese momento y en adelante empecé a intentar ser diestro y a escribir todo mal y en espejo, y cuando Nelda me dejaba sin recreo por no haber terminado la plana de olitas y techitos, mis compañeros de clase se burlaban de mí aplastando sus caras en la ventana y diciéndome Zurdito! Zurdito!
Yo
rabiaba e imaginaba que era el tigre de la Malasia, Sandokán, que me tiraba
desde la proa e una cuerda blandiendo mi machete curvo y de un solo golpe le
cortaba la mano derecha a la malvada Nelda y tiraba a los grumetes de la cara
en la ventana, al mar.
Ahora que soy ambidiestro la gente me dice
cosas como “no hay mal que por bien no venga”, “tu maestra te hizo un favor, al
final” y boludeces por el estilo. La cosa es que hace poco me crucé a Nelda en
un supermercado al que nunca había entrado. La vi de lejos (no había cambiado
casi) y lo primero que se me ocurrió fue hacer como que no la había visto.
Error. Las maestras no sólo siempre te ven, sino que a pesar de la pelada y la
panza, te reconocen.
No me diga, no me diga -gritó desde la punta
de la góndola- usted es Méndez… Méndez si! Claro! El zurdito… juntando las
manos en extraño gesto devoto. En los escasos segundos que tardó en darme
alcance lo maquiné todo: cuando me fuera a dar la mano, se la apretaría con
toda la fuerza hasta que ya en el piso, retorcida, morada y ahogada por el
dolor reconociera su error y me pidiera perdón, perdón, perdón… no me di cuenta
que era usted Nelda! Pero si está igualita le dije, mientras ella apartaba mi
mano estúpidamente extendida y me estampaba un beso horrible húmedo, pegajoso,
asqueroso y libre de toda culpa, amén.
Comentarios
Muy bueno!!!!!
Silvia Ferrín
Silvia Ferrín
Muy bueno!!!!!
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