por Trancazo
Por
lo espeso de la jungla, iba una pequeña mosca sobre el lomo de un elefante.
Este por supuesto no notaba la presencia de un animal tan diminuto; era común
que tampoco percibiera cuando una garza grande se posaba sobre su lomo a comer
insectos que proliferaban en su piel. Al elefante —quien no sé daba cuenta de
nada, ni de la mosca pequeña ni de la gran garza— no le importaban muchas cosas
y una de ella era quien podía subirse a su espalda. A la mosquita todo le
importaba y se preocupaba a cada momento por el camino que el elefante tomaba
por el interior de la espesura.
Luego
de esta introducción, un inteligente escritor expondría una aguda reflexión sobre
la vida y se basaría en las disímiles características de la mosquita y del elefante
como estereotipos para brindar una conclusión profunda de esas que nos dejan
pensando sobre algún aspecto trascendente de la existencia.
Lamentablemente
en ese caso, acertó a pasar por ahí un pequeño pájaro, algo así como un cuervo,
quien de un certero picotazo se comió a la mosquita.
—¡Gracias,
Paco! —le dijo el cuervo al elefante quien acusó recibo con un ligero barrito
que son esos característicos berridos que dan los elefantes cuando barritan
(abundante material de crucigramas) y siguió caminando como si nada.
El cuervo también siguió volando y esta historia nos deja en este punto con la amarga sensación de que hay cosas que tienen poco sentido y que ser mosquita puede que no esté bueno, pero quién sabe cómo continúo la historia para el cuervo y el elefante.
No se como podré seguir el día, me agobió la pobre mosquita
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