No hay nada más sano que saber reírse de uno mismo.
Y a los cincuentones largos que usamos este medio para ser Editores y Responsables (editores irresponsables) de algo, esto ya nos pasa seguido:
Dos veteranas habían sido amigas más de 50 años. En ese tiempo habían pasado por cantidad de peripecias, algunas buenas, otras bien jodidas.
Su amistad las había mantenido juntas.
Y juntas las encontrábamos cada tanto, tomándose un té, jugando a las cartas, conversando.
Un día, mientras jugaban a las cartas, una le dice a la otra:
- Mirá; Vos. Ahora no te enojes conmigo. Yo sé que hemos sido muy buenas amigas durante muchísimo tiempo. Las hemos pasado bastante embromadas muchas veces y pudimos salir adelante. Pero mirá lo que me pasa: no me puedo acordar de tu nombre. Pienso y pienso, busco en mi memoria ... y no me puedo acordar de cómo te llamás!!!
La amiga baja las cartas que tiene en la mano y la mira fijamente a los ojos, sin pestañar. La mira un minuto, dos minutos, con la mirada más penetrante que se pueda imaginar.
Y sin dejar de mirarla a los ojos le dice:
- Espero que no estés muy apurada por saberlo.
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