Recibo savia italiana por todas las ramas de mi árbol genealógico.
Los Osimani somos oriundos del pueblo de Osimo, cerca de Ancona. Mi bisabuelo Alessandro Doménico venía para Buenos Aires, pero por esas cosas del destino y de las comunicaciones en el siglo XVIII, terminó en el Salto Oriental. Fue profesor y junto a su hermano Gervasio fue fundador del Instituto Politécnico Osimani-Llerena. De ellos heredé la vocación por el estudio y las ciencias. Gracias a Alessandro y a su hija -la tía Celsa- que conservó una partida de bautismo original de su padre, escrita con pluma y tinta, me pude hacer ciudadano italiano. Soy parte de la diáspora, un italiano all'estero, aunque no termine de asumirlo.
Los Moizo somos oriundos del Piamonte. Mi bisabuelo, junto a sus primos se radicó en la zona rural de Montevideo y Canelones. Fueron y siguen siendo en su mayoría agricultores, quinteros y bodegueros. De ellos escuché cuentos relativos al hambre y el horror de las guerras. De los Moizo aprendí que hay que agradecer el plato de comida, el gusto por la tecnología y el orgullo por los frutos del trabajo, obtenidos del amor a la tierra y el sudor de las manos.
La lengua de mis antepasados se fue perdiendo con las generaciones. Solo me han llegado algunas palabras y frases sueltas por boca de mi madre, cuando recordaba las conversaciones con sus abuelos.
En mi reciente viaje al mundial de veteranos de basquetbol en Grecia, pasé en tránsito por Roma. Tuve una sensación extraña, era la primera vez que pisaba tierras ancestrales. Mi entrada fue por la puerta de migraciones que dice "Solo Ciudadanos de la Comunidad", ya que hace años tengo pasaporte italiano.
Al pasar por el scanner, luego de sacarme cinturón, monedas, celular, gorra y quedar con los pantalones a punto de caer, un agente de migraciones me habla en italiano. Al ver mi cara de desconcierto me pregunta:
- ¿Parla italiano?
- No. Respondí con cara de bochorno.
Entonces el agente con mi passaporto en la mano me espeta:
- ¿Italiano que non parla italiano? y me empezó a hablar en inglés.
Me sentí totalmente avergonzado y prometí que para la próxima aprendería algo de italiano.
A la vuelta del viaje, aproveché unas horas que tenía de espera para conocer desde un omnibus turístico las bellezas de Roma. Quedé prendado, como para quedarme.
Nuevamente tuve que pasar por el scanner y nuevamente un agente me preguntó:
- ¿Parla italiano?
A lo que yo respondí tímidamente con palabras en un nuevo dialecto yorugua-piamontés:
- Parlo píccolo.
El agente me habló en italiano, lentamente y yo entendí casi todo lo que me dijo.
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